
Universidad de Puerto Rico en Arecibo
4 de abril de 2023
El caso de Nayib Bukele en El Salvador podría llevar a algunos a pensar que el recurso principal que tienen las autocracias contemporáneas para incrementar el poder del mandatario es el Estado de excepción. No obstante, sería un error tomar el bukelismo como paradigma de las autocracias contemporáneas cuando, en realidad, se trata de un caso bastante singular en comparación con el resto de las autocracias del mundo. Para no despistarnos en relación a los recursos principales de los que echa mano el autoritarismo contemporáneo, conviene establecer patrones, sí, pero también, distinciones, de modo que evitemos las amalgamas con las que se suelen debilitar los argumentos en favor de la democracia. Por ejemplo, si no distinguimos el miedo real y justificado de una población acechada por la violencia extrema de las pandillas (violaciones, torturas, asesinatos indiscriminados, extorsión, entre otras) del miedo ficcional de una población que ha designado como enemigo a los inmigrantes, corremos el riesgo de ignorar que lo propio de las autocracias contemporáneas es lucir como democráticas en todos los sentidos (contrario a Bukele, cuyo apoyo del 90% de los salvadoreños le ha permitido prolongar el Estado de excepción y burlarse de las críticas llamándose a sí mismo “el dictador más cool del mundo mundial”). Ni Vladimir Putin ni Xi Jinping se hacen llamar a sí mismos dictadores; menos aún Viktor Orbán, Benjamín Netanyahu, Recep Tayyip Erdogan o Nicolás Maduro. Y es que si algo ha caracterizado a las autocracias contemporáneas y que, a pesar de los tintes fascistas, las distingue de muchos de los regímenes totalitarios que conocimos en el siglo XX, es que aspiran a mantener las elecciones como forma de legitimación, operando la destrucción del Estado de derecho por otras vías tales como la reforma judicial, el poder de influencia y la demografía. Como plantea en su artículo del Washington Post Josh Rogin, en las alianzas que hoy establecen dictadores y autócratas encontramos algo que no es el viejo truco de hacer pasar por legítimas elecciones falsas, sino el intento de redefinir a nivel internacional lo que se entiende por democracia.
En diálogo con el resto de los artículos que coloco en esta entrada, intentaré precisar lo que comparte el bukelismo con otras autocracias, así como lo que le es singular, pues me parece que, en lugar de recurrir al paradigma agambeniano de un Estado de excepción generalizado para dar cuenta de la frágil situación en la que hoy se encuentra la democracia, deberíamos más bien construir un nuevo prisma de lectura: uno actualizado para la pos-era pos-fin de la Guerra Fría que tome en cuenta lo que está en juego con la guerra en Ucrania en relación al futuro de la democracia. También, que tome en cuenta lo aprendido con el manejo de la pandemia. Pues si las reflexiones de Giorgio Agamben sobre el Estado de excepción como paradigma de época no comportaban mayores problemas durante el periodo de aparente triunfo de la democracia liberal (caracterizado por la despolitización, la guerra contra el terrorismo y conflictos bélicos localizados), una vez entramos a lo que hoy reconocemos, retrospectivamente, como el periodo pos-Paz Caliente, la necesidad de relativizar esas consideraciones no se ha hecho esperar. En lo que respecta a la pandemia y el problema de la indistinción que el propio Agamben opera con su paradigma, refiero al artículo de Adam Kotsco “What happened to Giorgio Agamben?”. En este, quien fuera uno de los traductores del filósofo italiano expone los problemas conceptuales y las alianzas involuntarias con el conspiracionismo contemporáneo que han propiciado las reflexiones de Agamben en torno a la respuesta salubrista.
El artículo de Carlos S. Maldonado, “La metamorfosis de Bukele: un poder envenenado”, aborda lo que me parece singular del bukelismo. Allí donde muchas de las autocracias contemporáneas han llegado al poder capitalizando el desafecto de amplios sectores poblacionales con los gobiernos tecnócratas/centristas, Bukele le economizó a su país ese pasaje: él encarna en su persona ambos modelos. Se presentó a las elecciones del 2019 con un discurso tecnocrático y muy rápido irrumpió en el Parlamento acompañado por un grupo de militares en una especie de autogolpe de Estado con el objetivo de obtener el presupuesto necesario para su plan de seguridad (amparado, como dijo, por un derecho divino). El problema muy real de la violencia extrema y cotidiana de las pandillas le ha servido de justificación a Bukele, no sólo para declarar un Estado de excepción, sino para prolongarlo con el apoyo de la mayoría de los salvadoreños. Esta combinación de eficacia en la “solución” del problema (megacarcel) con asalto a la institucionalidad democrática (destitución del fiscal general y sustitución de los jueces de la Sala Constitucional de la Suprema por unos leales) distingue de varias maneras este caso del resto de las autocracias. Por un lado, Bukele no ha tenido que recurrir a la posverdad para instrumentalizar el miedo y aglutinar un malestar generalizado. Ese recurso tan característico del resto de las autocracias y que profundiza la destrucción del lazo social no juega un rol preponderante en el caso de El Salvador. Al contrario, la gestión de Bukele ha sido interpretada por la población como una oportunidad para recuperar ese lazo social que la brutalización extrema de la cotidianidad mantenía roto. Bukele tiene los hechos a su favor (reducción de la criminalidad de una tasa de 103 muertos por cada 100.000 habitantes, la más alta del mundo en 2015, a 7.8 en el 2022, similar a la de Estados Unidos) como para no tener que recurrir al cuestionamiento radical de la realidad que se logra con la posverdad. Allí donde la mayor parte de las autocracias se sirven de la posverdad para destruir el sentido común, Bukele no para de referirse al “sentido común” para justificar su gestión (el día de la inauguración de su megacarcel, escribió un tuit donde la presentaba como “una obra de sentido común”). La atención que, al menos en Puerto Rico, ha cobrado Bukele con el Estado de excepción que tanto escandaliza a la comunidad internacional, tiende a descuidar el análisis en torno a los recursos principales de los que echan mano las autocracias. Estas otras, lejos de aspirar al lujo que se permite Bukele con la imágen de Estado totalitario que proyectaron sus vídeos sobre la transferencia de presos, aspiran a apropiarse del lenguaje de la democracia para redefinir, antidemocráticamente, lo que se entiende por ella. Mi interés por este asunto se debe también a que toca uno de los temas de mi investigación: la corrupción política del lenguaje que hace que una misma palabra pase a significar todo y su contrario. Con esta inoperancia de la significación se dificulta pensar, describir o delinear las fronteras que separan la democracia de todas estas otras formas de gobierno dentro del nuevo espectro antidemocrático. Dictaduras híbridas, democraturas, gobiernos iliberales; he ahí algunos intentos de nombrar el fenómeno, pero que, más que nada, dan cuenta, como sugiere Fernando Mires en su escrito “Elecciones y autocracias”, de la hegemonía que ha alcanzado el término democracia en la sintaxis política. A este ensayo de Mires refiero al lector para una reflexión muy pertinente en torno a cómo hacerle frente a las autocracias en el contexto electoral, tomando en cuenta la importancia que estas le otorgan hoy día a las elecciones, tanto para llegar al poder, como para legitimarse y mantenerse en él.
La propuesta reforma judicial en Israel es el caso más reciente de otro de los recursos con los que, en nombre de la democracia (la supuesta búsqueda de un equilibrio de poder entre gobierno y Corte Suprema), se busca destruir las instituciones democráticas. Los dos artículos de Yuval Noah Harari explican muy bien lo que está en juego con esta reforma: un golpe antidemocrático “desde arriba” no tan evidente como el golpe de Estado “desde abajo”. Este “golpe judicial”, como también cabría llamarle, y que gracias a las protestas masivas hoy se encuentra “on hold”, nos ilustra que no basta con pensar, discutir o teorizar sobre la democracia, sino que debemos también ocuparnos de sus instituciones. La teorización posmoderna (en la que yo me formé como estudiante universitaria) descuidó el tema del Estado y las instituciones que soportan la democracia. Si bien el interés estuvo puesto en otros aspectos igualmente importantes de la vida política (su dispersión por todo el tejido social, a menudo a partir de la obra de Michel Foucault), hoy es urgente que reconozcamos que ya no estamos en la posmodernidad y que necesitamos un nuevo itinerario de trabajo investigativo, así como un nuevo prisma para leer lo contemporáneo.
El tercer recurso del que echan mano las autocracias es la demografía. En su ensayo “Democracy, Demography and the East-West Divide in Europe”, Ivan Krastev discute tres problemas que arrojan luz sobre el avance de los populismos de derecha en Europa. En primer lugar, la “ansiedad demográfica” producto de una disminución en la población. En segundo lugar, la relación problemática entre el miedo a la disminución en la población, la tendencia a la migración y el miedo a los inmigrantes. Si bien Europa necesita inmigrantes para mantener su modelo social, los electores no están dispuestos a abrir las fronteras. Aquí también entra en consideración el envejecimiento de la población con lo que se estrecha el horizonte temporal de la sociedad y se altera dramáticamente el cuerpo electoral. Como dato ilustrativo, hoy día en Alemania los menores de 30 años constituyen sólo el 14.4 % del electorado; los mayores de 50 años el 57.8 %; y las preferencias políticas entre los mayores y los jóvenes, como se vió en las elecciones de 2021, difieren substancialmente. Por último, el tercer problema que Krastev discute es la tendencia de los gobiernos a tratar de elegir ellos a su pueblo, en lugar de ser el pueblo quien elija a sus gobernantes. Mediante el diseño de leyes para otorgar ciudadanía, la modificación de leyes electorales y el empleo de prácticas tales como el gerrymandering y la supresión de votantes, el “buen inmigrante” deviene aquél que votaría por el partido de gobierno. El artículo de Ricardo Cobián, “The Big Lie y la transformación del sistema electoral de EE.UU.”, describe muy bien este fenómeno según lo ha venido orquestando el Partido Republicano en Estados Unidos.
Finalmente, el cuarto recurso del que echan mano las autocracias para operar “democráticamente” el giro antidemocrático de sus gobiernos es el poder de influenciar. Las nuevas tecnologías de la desinformación y las compañías privadas de manipulación de la opinión pública e injerencia en elecciones gubernamentales (https://observatoriomovil.com/2023/02/23/mercenarios-de-la-informacion/), por un lado, así como los imperios al estilo Yevgeny Prigozhin (https://observatoriomovil.com/2023/03/10/ni-voluntad-de-poder-ni-voluntad-de-saber-sobre-como-la-antipolitica-de-las-autocracias-contemporaneas-cocinan-a-fuego-lento-el-tipo-de-poder-que-las-desbancara-el-poder-de-influenciar/) que combinan mercenarios de guerra, ejércitos de trolls, expertos infiltrados en las ONG y compañías privadas de consultoría, juegan hoy un rol decisivo en el avance, no solo de los populismos, sino también de las maneras en que hoy se legitiman las autocracias. Este poder de influencia, si bien se puede investigar, probar y denunciar, no altera la legitimidad del proceso electoral. Aún conociendo la injerencia extranjera durante la campaña electoral del 2016 en Estados Unidos (Cambridge Analitica y fábrica de trolls rusa), los resultados de las elecciones seguían siendo legítimos (razón por la cual a nadie en el Partido Demócrata se le ocurrió hacer un llamado a tomar el Congreso). De la mano con el fenómeno de la posverdad, la amplitud y los recursos tecnológicos que hoy adquiere el poder de influencia son claves para entender el modus operandi de las autocracias contemporáneas.
Artículos:
“Why Xi and Putin pretend they run democracies?”, Josh Rogin, The Washington Post, marzo 23, 2023.
https://www.washingtonpost.com/opinions/2023/03/23/putin-xi-authoritarianism-democracy/
“What happened to Giorgio Agamben?”, Adam Kotsco, febrero 20, 2022.
“La metamorfosis de Nayib Bukele: un poder envenenado”, Carlos S. Maldonado, El País, marzo 5, 2023.
https://elpais.com/internacional/2023-03-05/la-metamorfosis-de-nayib-bukele.html
“Elecciones y autocracias”, Fernando Mires, marzo 18, 2023.
https://polisfmires.blogspot.com/2023/03/fernando-mires-elecciones-y-autocracias.html
“Lo que está pasando en Israel no es una reforma judicial. Es un golpe antidemocrático”, Yuval Noah Harari, El País, marzo 16, 2023.
“Lo volverán a intentar, con más fuerza, y debemos venir preparados. ¿Entonces qué estamos haciendo?”, Yuval Noah Harari, Suplemento de Haaretz, marzo 29, 2023.