
Departamento de Sociología y Antropología, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
En estos hermosos textos producidos por Juan Manuel Medrano Ezquerro y Ezequiel Konstenwein, respectivamente, hay un seguirle la pista al por qué de la urgencia de la convocatoria abolicionista a abandonar el furor punitivo, a partir de una reflexión en torno al surgimiento de la idea del castigo y de la pena como dispositivos privilegiados de aquello que la ciencia penal y la criminología atiende bajo el significante “crimen” y que el abolicionismo prefiere trabajar con la frase discursiva de “situación-problema”.
Para Medrano Ezquerro, en dialogicidad con la obra de Nietzsche, el sistema penal moderno descansa en la doctrina del libre albedrío o bien en el entendido de que el sujeto humano conforma una libre voluntad por lo que tiene que ser considerado responsable de sus actos. Contrario a este entendido Nietzsche propone que concedamos a la total irresponsabilidad de las acciones humanas. Esto es, al reconocimiento de que no hay un “ser” previo al hacer (there is no being behind doing), por lo que todo es “hacer”: “Todo es inocencia (inocencia del ser); y el conocimiento es el camino hacia la comprensión de esta inocencia”.
Frente a este reconocimiento la pregunta que cabría hacerse es ¿quién se arroga el poder de castigar y por qué? Para Nietzsche, “…fueron «los buenos» mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo”.
En el trayecto evolutivo de las practicas judiciales, el castigo, su deseabilidad, quedó igualmente anclado en el establecimiento de una equivalencia entre el percibido perjuicio y el dolor (tanto daño perpetrado equivale a tanto dolor), de tal forma que el castigo termina descansando en una de las “alegrías mas festivas de la humanidad”: la generalización de la crueldad y el placer de infringir dolor al otro.
Con el advenimiento de la cárcel, la forma de castigo por excelencia bajo la modernidad, no se efectúa ninguna reparación del daño social/singular producido sino la creación de un sector poblacional y la perpetuación de un imaginario penal que justifica la existencia del aparato policial.
Desde el lugar de observación de Konstenwein el abolicionismo, más que un programa o una propuesta específica, es sobretodo una disposición, un tomar nota de los estragos producidos por la voluntad de castigar y una apuesta a la posiblidad de otras producciones de sentido. Para Konstenwein, nadie es abolicionista en ausencia de una situación que le ofrezca las condiciones para un devenir abolicionista. Por ejemplo, cuando caemos en cuenta de que el castigo no mejora a nadie y no resuelve el problema de la criminalidad, cuando dejamos de pensar en el castigo como única forma de atender el delito, estamos en posición de atender a la pregunta en torno a cómo propiciar la restauración del tejido social y singular. Así, el abolicionismo para Konstenwein es una nueva forma de percibir los eventos o una situación-problema. Una forma que posibilite abandonar el lenguaje del castigo y de la pena en favor de una ética inmanente que propicie, al decir del teórico abolicionista Louk Hulsman, abordar humanamente la posibilidad de su resolución. Esta resolución debe ser ponderada por las personas directamente afectadas una vez abandonada la sobrecodificación binaria que impone el derecho penal, abrazando de esta manera la complejidad e imprevisibilidad singular y social. Nótese que, en este sentido, el abolicionismo no supone que la llamada justicia popular, comunitaria o extraestatal sea una solución mágica a la confiscación que hace el Estado de una situación- problema, pues lo extraestatal no tiene garantizada su radicalidad de entrada. Mas bien trata de propiciar una reflexión profunda sobre nuestra lectura de lo humano, del castigo y de la pena, en aras de arribar a una comprensión de las situaciones-problema orientada por la reparación.
De igual manera el abolicionismo no supone una adscripción al perdón en su sentido cristiano pues, al decir de Nietzche, “el perdonar (en el cristianismo) instituye una desigualdad entre el que perdona y el que es perdonado. Este perdonar presupone entonces una superioridad moral que autoriza a quien perdona a juzgar y evaluar a quien pide perdón para determinar si este último puede ser realmente perdonado […]”. Por el contrario, se trataría mas bien de un perdón anclado en una concepción secular y política capaz de propiciar lo que en Hannah Arendt aparece como hacer posible un nuevo comienzo que nos permita seguir adelante.
Por eso la pregunta central planteada por Konstenwein, es ¿de qué valores debemos ser capaces para alcanzar determinados valores no punitivos?