Angelus Novus: El arte como reflexión de la concepción del tiempo

Jorge Octavio Hernández Rosales

Departamento de Ciencias Sociales,
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Arecibo

La novena tesis sobre el concepto de historia de Walter Benjamin lee de la siguiente manera: 

“Hay un cuadro de Paul Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los escombros crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”

De esta manera representaba Benjamin la violencia histórica; esto es, la violencia que la modernidad puso en marcha precipitándose hacia el futuro, abandonando a sus víctimas, perdiéndolas de vista, amontonándolas mudas, sin  reconocerlas. Al tiempo que denunció la nueva barbarie que a pesar de los desarrollos en ciencia y tecnología la ideología del progreso y el historicismo modernos hacían emerger, Benjamin se empleó en construir un nuevo concepto de historia. Con alusiones al marxismo y al mesianismo judío, propuso concebir el tiempo histórico como lo que nace cuando se opera “una conjunción fulgurante entre el pasado y el presente y que estos forman una constelación” (París, capital del siglo XIX, en El libro de los pasajes). Rememorar devenía en su análisis un imperativo ético y no algo que nos sobreviene del pasado en el presente de manera involuntaria. De modo que buscando alcanzar un momento en el pasado, la rememoración puede y tiende a transformarlo.
 
Hay, en su concepción del tiempo histórico, un pensamiento de la revolución como interrupción del curso de las cosas; como suspención del tiempo histórico mismo que entonces abre a una nueva época. Pero esta concepción de la revolución no conlleva el movimiento desenfrenado hacia delante que caracterizó al futurismo moderno. También hay en esa nueva manera de concebir la historia una defensa del presente como el lugar desde donde se puede operar una transformación del pasado. Puesto que esta concepción del presente no se desentiende del pasado, de ninguna manera desemboca en el presentismo. Como lo expresa Hannah Arendt en el libro que le dedica a su amigo, él sabía que “la ruptura con la tradición y la pérdida de autoridad que habían sobrecogido a su época eran irreparables y concluía que había que descubrir un nuevo estilo de relación con el pasado”. Este consistiría en “instalarse por fragmentos en el presente” y “sumergirse en las profundidades del pasado cual un pescador de perlas”.


Las reflexiones de Benjamin se revelan de una pertinencia absoluta, pues la manera en que de los modernos a los contemporáneos ha mutado nuestra relación con la dimensión temporal no parece haber tomado en cuenta las sutilezas de su análisis.  A poco menos de tres décadas de su muerte, se asistía al boom de la memoria histórica con la que se pretendió inaugurar el reconocimiento y el rescate de las víctimas de la historia.  Devolverles la palabra cuando fuera posible y cuando no, volverse portavoces de las violencias sufridas. Pero poco tardó la historia en sucumbir a una economía victimal: fascinación por la figura de la víctima que convocó a los medios de comunicación, representación espectacularizada de las violencias, competencia entre comunidades de víctimas por devenir el emblema universal del sufrimiento y avance de la industria terapéutica sobre el terreno de una cultura del trauma; he ahí algunas de las maneras en que, manteniendo silenciadas e invisibilizadas una cantidad enorme de víctimas de violencias viejas y nuevas, hemos pasado – para decirlo ahora en palabras de Peter Sloterdijk – de la caída hacia delante del futurismo moderno a la deriva lateral del presentismo posmoderno. En mi investigación, este sería el pasaje que va del Angelus Novus al cyborg y del cyborg al zombie. También – y todavía partiendo de Benjamin, de la obra de arte aurática a la pérdida del aura y luego, de la experiencia estética del arte al arte como mera estética de la experiencia.

El texto de Jorge Octavio Hernández Rosales que aquí coloco, Angelus Novus: el Arte como reflexión de la concepción del tiempo, aporta las coordenadas para vincular la experiencia del arte con el pensamiento, tal como se nos revela en la interpretación que hace Benjamin del cuadro de Paul Klee. Hernández Rosales hace una excelente descripción de la experiencia estética que provoca la obra de arte aurática y de las maneras en que, desde la unicidad y la materialidad del cuadro que lo sitúa históricamente, una mística interpela subjetivamente a quien lo contempla. No se contenta con marcarlo hic et nunc en el plano de la experiencia sensorial, sino que aspira a una conexión con el plano de lo simbólico y con la producción de sentidos a través del lenguaje y la interpretación. Aunque la temática no quedara puesta de manera explícita en la obra de Benjamin, por todas partes se lee el continuo discurrir sobre la relación entre el lenguaje y la técnica. Por esta vía es que la obra de Walter Benjamin constituye un punto de partida en el análisis de las mutaciones antropológicas que se han venido produciendo en las últimas décadas. Estas apuntan a un desinflamiento de lo simbólico y a una inoperancia del lenguaje significante que amenaza con bloquear el proceso civilizacional. Mediante un deterioro en la capacidad para construir relatos, producir narrativas, pensar y agenciar la vida personal y colectiva desde coordenadas éticas y políticas, sucumbimos a la tecnocracia. En mi investigación, la tecnocracia queda definida como el privilegio que se le otorga a los sistemas de cálculo de riesgo y especulación en la toma de decisiones. Se trata, claro está, del gobierno de la técnica, pero una vez que ésta se desprende de su vínculo con el lenguaje y el pensamiento. Es decir que, en un primer momento, habría que partir del reconocimiento del carácter tecnológico de lo humano y no oponer la técnica al lenguaje. La experiencia estética que ofrece la obra de arte nos muestra que el acto creativo pasa tanto por el lenguaje como por la técnica. A pesar de pertenecer a órdenes lógicos distintos; a pesar de constituir dimensiones distintas del fenómeno humano, lo humano se había producido hasta ahora conjugando, con simétrica importancia, el lenguaje y la técnica. Y es esta conjugación del lenguaje con la técnica la que en una mutación sin precedentes parece estarse deshaciendo. Y es esta situación contemporánea la que me parece que Benjamin, ensayo tras ensayo, ya venía anticipando.

La figura que hoy representa nuestra relación con el tiempo no nos viene de la pintura; ni su análisis, de la filosofía. Nos viene de las series televisivas y el cine. Su análisis, con los compromisos éticos y las consecuencias políticas que de él debían derivarse, se encuentra entorpecido por la lógica de  la sobrevivencia y su temporalidad: el presentismo; condición de época que se impone con un capitalismo cuyo modus operandi ha devenido la crisis permanente. El zombie es la figura del fin de la Historia. Si el ángel de la historia, impulsado por la fuerza del progreso, no podía cerrar sus alas y quedaba condenado a observar con horror las ruinas y la destrucción que ésta dejaba a su paso, el zombie como metáfora de una vida sin palabra y sin proyecto está condenado a errar por las ruinas sin perspectiva de futuro ni posibilidad de recuperación del pasado. Lo que los sobrevivientes de una epidemia zombie están condenados a mirar con horror, no es la destrucción y la muerte producida por las violencias históricas, sino la violencia permanente de la sobrevivencia en una deriva lateral. Allí donde el ángel de la historia quisiera detenerse y despertar a los muertos, en la catástrofe zombie los muertos ya están despiertos, pero qué importa: no hablan; y no hay voluntad de detenerse pues que se esté en movimiento o inerte, no se va a ninguna parte. En el estudio de la violencia se ha privilegiado bastante lo que algunos historiadores – Eric Hobsbawm, por ejemplo – han llamado las violencias del siglo XX.  Mi investigación propone el estudio de un nuevo tipo de violencia vinculada, ya no a las guerras, a los genocidios o a los regímenes totalitarios que se suscitaron al calor de los proyectos modernos, sino al fin de la acción como proyecto – que es como propongo que se lea la expresión “el fin de la Historia”.

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