
Departamento de Psicología del Recinto de Río Piedras
El autor interroga y critíca la pretendida hegemonía en torno a la funcionalidad que se le ha adscrito a la violencia desde las corrientes sociológicas principales, porque dejan fuera la fuente principal de la violencia: la subjetividad, como oscilación paradojal entre un exceso que no puede ser instituido y una pluralidad de energías que hacen al sujeto un extranjero de lo social. El autor plantea que se requieren nuevas interpretaciones de la violencia que reconozcan “la profundidad de las fuerzas violentas que dan cuenta de esa “des-civilización en el corazón mismo del Occidente civilizado”. Su tesis principal es que hay que conocer a que “al lado de una vida social instituida y funcional, existe por un lado una subjetividad en tanto que aspiración a una dimensión humana no social y por el otro, un conjunto dispar de energías producidas por la misma vida social e irreductible a su institucionalización.”
Lo que muchas veces se denomina lo social, y que tal vez sería más preciso denominar el entramado del lazo social, es decir, aquello que se teje entre los individuos y las instituciones, es un espacio relacional particular limitado por dos fronteras, la subjetividad y la energía. Plantea como dos los asuntos que se juegan en ese movimientos subjetivo que explica la violencia: por un lado, se produce un “defecto” (la subjetividad se vive a través de un déficit de lo social) y por otro lado, un “exceso” energético. Se requiere un análisis de la violencia que considere el amplio reservorio de texturas plurales, coerciones y las texturas constitutivas del estar-juntos, que se abren, sistemáticamente, desde lo social, para producir un “abanico de las posibles expresiones (énfasis suplido: de violencias), unas que exceden siempre todo agenciamiento específico y circunstancial. Las violencias extremas entonces forman parte de un planteamiento complejo sobre la subjetividad: “No existe sino una pequeña parte de la subjetividad que logra ser absorbida de manera duradera por lo social instituido; y no hay sino un número limitado de energías sociales que son susceptibles de ser eficazmente canalizadas por el funcionamiento social.” Para Martucelli, “la subjetividad es una dimensión que se inscribe como un déficit con respecto a toda figura social del sujeto”. Por otro lado, el estar-juntos genera de manera endógena formas de energía que son una fuente virtual de excesos. Un exceso que…puede tener formas distintas, “beneficiosas” y “maléficas”, pero que en su origen deben concebirse independientemente de un razonamiento funcional …. Para el autor, se trata de formas de violencia que, a medida que el estar-juntos se densifica y masifica, se convierten en una realidad cada vez más difícil de controlar y yugular.