El ensayo de Walter Benjamin, “Experiencia y pobreza” (1933) y el éxito hoy día de la joyería Pandora

Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo

En este ensayo del 1933 Walter Benjamin anticipaba uno de los rasgos más sobresalientes de la cultura contemporánea: la incapacidad para construir relatos y narrar historias. Con esta observación, Benjamin anunciaba las consecuencias que se desprenderían del espíritu de ruptura con el pasado y obsesión por lo nuevo que su época puso en marcha. Desde Adolf Loos en arquitectura, pasando por el Bauhaus de Paul Klee y deteniéndose en la literatura de ciencia fiction de Paul Scheerbart, las creaciones del movimiento moderno sobrarán para denunciar que a pesar del desarrollo de la técnica, habríamos creado una nueva pobreza: la pobreza de experiencias narrables; y que a pesar de la aparente realización de la humanidad, habríamos entrado en una nueva barbarie: la que lleva, en palabras de Benjamin, a “comenzar desde el principio; a empezar de nuevo; a pasárselas con poco; a construir desde poquísimo y sin mirar ni a diestra ni a siniestra”. Le sorprende al autor la total falta de ilusión sobre la época de las mejores cabezas y que confiesen sin reticencias a favor de ello, como cuando Loos dice: “Escribo, únicamente para hombres que poseen una sensibilidad moderna. 

Para hombres que se consumen en la añoranza del Renacimiento o del Rococó, para esos no escribo”. Y concluye: “un artista tan intrincado como el pintor Paul Klee y otro tan programático como Loos, ambos rechazan la imagen tradicional, solemne, noble del hombre, imagen adornada con todas las ofrendas del pasado, para volverse hacia el contemporáneo desnudo que grita como un recién nacido en los pañales sucios de esta época”. La ruptura con el historicismo habría impulsado, pues, un proceso de desornamentación y desimbolización identificable, por ejemplo, en los nombres propios deshumanizados que aparecen en las novelas de Scheerbart (Peka, Labu, Sofanti); en la habitación de estos personajes en casas de vidrio – desplazables y móviles como entretanto las fueron construyendo Loos y Le Corbusier – y en el acero del Bauhaus donde no se marcan las huellas. Pues justamente de borrrar las huellas es que se trataría la nueva cultura del vidrio y del acero. Allí donde la posmodernidad celebró la transparencia del vidrio y su manera de mantenernos a la vez protegidos y en lo abierto del mundo, Benjamin veía en él, desde la plena modernidad, al enemigo número uno del misterio. Las casas de cristal a las que nos hemos mudado al instalarnos en las innumerables plataformas de internet desde donde se exhibe la vida; esto es, el fin mismo de la intimidad para darle paso libre a una obscenidad permanente, no puede sino constatarnos la claridad de su mirada al observar también que se trata de un material duro y liso en el que nada se mantiene firme. Del acero dirá Benjamin que se trata del material con el que hemos construido espacios en el que resulta difícil dejar huellas. Su preocupación obvia es por el estatuto civilizatorio allí donde hayamos borrado los mecanismos de la herencia. Posteriormente, Jean Baudrillard retomará el tema de la transparencia del mundo y su desenlace en una anulación de la seducción, así como de la ilusión. Más recientemente, Peter Sloterdijk ha disertado en torno a la transmisión y a la relación con el pasado para denunciar la especie de bastardía y de ilegitimidad con la que hoy se impone la mediocridad.

En el marco de mi investigación en la que exploro las nuevas manifestaciones de la violencia sobre el fondo de un proceso de desinflamiento de lo simbólico que implica al lenguaje mismo, tanto en su carácter estructurante de la vida psíquica y social como en su dimensión significante, estas reflexiones de Benjamin se revelan sumamente pertinentes por su carácter anticipatorio de las realidades contemporáneas a las que asistimos. Su diagnóstico de una pobreza en experiencias narrables se ha realizado por la vía de una multiplicación de experiencias que por su profusión acelerada permanecen en un estado fragmentario, condenadas al sólo plano de las sensaciones, sin que aspiren a la producción de sentido ni a formar parte de proyecto alguno. La incapacidad contemporánea para hilvanar experiencias y transmitir historias se ha materializado en el éxito de la joyería Pandora y su brazalete personalizado con charms. Con ella alcanza su forma pura la constancia de que la memoria y su devenir relato se ha vuelto un recurso escaso, por lo que su ofrecimiento en el mercado no podría anunciarse sino lucrativo. La Compañía, fundada en 1982 y que según datos en Wikipedia es desde el 2011 la tercera más grande del mundo luego de Cartier y Tiffany & Co., supo detectar la situación y producir como mercancía tanto los “momentos” y las “virtudes” – pues así se clasifican sus charms –como la herramienta para hilvanarlos en un sustituto de narrativa: la pulsera. Puesto que la memoria depende de operar una narrativa, la incapacidad contemporánea para construir relatos nos vuelve inaccesibles las historias vividas. De ahí la disposición general a comprarlas y llevarlas en el cuerpo, fetichizadas. En la condición post-histórica que tiene como único plano temporal el presente y en el que la memoria se vuelve irrelevante, Pandora ha ingeniado su simulacro. Allí donde los escritores de escenarios distópicos auguran una sociedad sin memoria (como en la novela de Lois Lowry adaptada al cine, The Giver), el fenómeno Pandora parece consolarnos diciéndonos: “no hay que alarmarse: no es que vivamos sin memorias, es que las llevamos puestas”. Y es que si no nos sirven para enunciar algo, no queda sino lucirlas. Nos decorarnos con ellas. El desvanecimiento de la dimensión simbólica y narrativa con la que la experiencia podía conectar es lo que define su nueva pobreza. 

El ensayo de Walter Benjamin constituye un esbozo a desarrollar y a actualizar respecto a las mutaciones ocurridas en la relación entre el lenguaje y la técnica. Esto constituye uno de los ángulos de mi investigación al que, al igual que Benjamin en este ensayo, le sigo la pista a través de las transformaciones en el campo del arte. Aunque me parece que la verdadera ruptura con el pasado no ocurre sino más recientemente, con el arte contemporáneo, y que tanto el modernismo como el arte moderno solo aspiraban a ello sin que por lo tanto pudieran prescindir de un diálogo permanente con aquéllo con lo que deseaban romper; es decir, no podían romper con ello sin conocerlo y por ende tampoco sin reconocerlo, en la interpretación que hace Benjamin se encuentran los cimientos de lo que hoy nos salta a vista como un verdadero ninguneo respecto al pasado y su legado. Habría que distinguir entonces entre la irreverencia de los modernos y el ninguneo de los contemporáneos. En el mayor número de casos, la osadía de los primeros dió lugar a la originalidad, mientras que a pesar del uso – y abuso – de efectos especiales,   la astucia de los segundos apenas alcanza la mera reiteración de lo banal. 

Hacia el final de su ensayo Benjamin advierte que la pobreza de la experiencia no hay que entenderla como si los hombres añorasen una experiencia nueva: “No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un mundo entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por último también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso”. 

%d bloggers like this: