
Departamento de Ciencias Sociales Universidad de Puerto Rico, Recinto de Arecibo
Contra la idea de que la ganancia, la renta, el impuesto y su función distributiva aparecen después de la producción; es decir, que emergen de la economía y no tendrían un origen político, Maurizio Lazzarato plantea en este libro el origen político del capitalismo que opera antes que nada una conquista sobre bienes comunes o sobre la producción social a través de la apropiación. Lo que está en la base del capitalismo es una relación de fuerza asimétrica que subordina a la producción y al intercambio económico haciendo de la economía algo inseparable de la política. Con esta observación de partida se le da un giro distinto a las explicaciones más consensuales en torno a la crisis económica. Las causas de la crisis no residen en la especulación o en la avidez enfermiza de los traders. Tampoco en la incapacidad de los Estados de reembolsar sus deudas. La crisis se debe a un bloqueo de la valorización capitalista; esto es, que el capital ya no logra apropiarse de la producción social. Fracasada la acumulación impulsada por el crédito (crisis de las subprime), esta función de apropiación de la producción social se le ha delegado al Estado que la cumple a través de los impuestos. Ganancia, renta e impuesto constituyen los aparatos de captura con los que el capitalismo se apropia de la riqueza social. Si hasta la década de los 60 la ganancia jugaba un rol central en la apropiación en comparación con la renta y el impuesto, con el neoliberalismo la relación se invierte: la organización de la expropiación a la población y el comando se efectúa primero a través de la renta (financiera) y el impuesto. A partir del 2007, luego de la crisis de las deudas privadas y soberanas, el aparato de captura será fundamentalmente el impuesto.
El análisis del rol del Estado constituye otra de las aportaciones de Lazzarato en este libro, pues muestra cómo el Estado no interviene una, sino dos veces: primero interviene para salvar la banca, la finanza y hasta a los liberales mismos; y luego, para imponerle a la población que pague los costos políticos y económicos de la primera intervención. Contra la descripción que Michel Foucault hacía del ordoliberalismo alemán (en el seminario El nacimiento de la biopolítica, 1979) en el que las técnicas de gobierno liberales aparecen como rompiendo con la Razón de Estado; es decir, como alternativa a las estrategias de Estado (con lo cual Foucault le seguía la pista a la imbricación entre economía y gobierno bajo la fórmula “gobernar menos”), Lazzarato va a plantear con Deleuze y Guattari que el capitalismo nunca ha sido liberal; que siempre ha sido capitalismo de Estado y que, en las crisis, los neoliberales no intentan gobernar menos, sino gobernarlo todo. No obstante, reconoce que con este seminario de Foucault se inaugura el estudio de una gubernamentalidad que es ahora inseparable de la valorización económica extendida a toda la sociedad. Entre los asuntos trabajados por Foucault en ese seminario y que Lazzarato retomará para actualizarlos se encuentran: 1) el intento de asir una nueva forma del poder que no es ya la que tocaba al sujeto encerrado, sino la que se ejerce en el espacio abierto de la sociedad (sobre el campo de posibilidades y no sobre los individuos como tal); 2) el análisis de la continuidad entre ordoliberalismo y neoliberalismo que Foucault observa que se asegura mediante el “empresario de sí”; esto es, el proyecto de transformar cada individuo en una empresa individual pues generalizar la competencia es generalizar la “forma empresa” al interior del tejido social y; 3) la observación de que la gubernamentalidad busca socializar el modelo económico para hacer de ello un modelo de relaciones sociales; es decir, un modelo de existencia; una forma de relación del individuo consigo mismo, con el tiempo, con los otros, etc.. Para Lazzarato, el gran salto entre el ordoliberalismo y el neoliberalismo se juega en el pasaje de la hegemonía del capital industrial a la hegemonía del capital financiero. Aquí, la intervención del Estado en la sociedad es ampliada y no eliminada. La crisis de la deuda, al tiempo que redefine las funciones del Estado de derecho y de la Ley, especifica la intervención de esas instituciones sobre la sociedad de un modo poco liberal. Lejos de un gobierno mínimo, el gobierno neoliberal opera, según Lazzarato, una centralización y una multiplicación de las técnicas de gobierno autoritarias que rivaliza con las de los Estados totalitarios. La finanza es la política del capital, no tanto por su poder económico, sino por el hecho de que funciona como un dispositivo de gobernanza transversal.
Otro aspecto importante elaborado en este libro es la crítica (inicialmente con Aglietta y Orléan, aunque luego toma distancia de ellos) a los análisis económicos que no toman en cuenta la diferencia entre los dos flujos con potencialidades distintas que expresa el dinero. Esto es fundamental para entender el origen político de la moneda y el impuesto, los cuales proceden de la deuda y no del intercambio económico o de la producción, como se suele implicar. Por un lado, el dinero como forma de pago (salario/ingreso) es la moneda-cambio. Por otro lado, el dinero como capital que subordina al primero y que introduce lo infinito en la valorización capitalista. Esta es la moneda-crédito que Marx describía en los Grundrisse como un título sobre un trabajo futuro. Lazzarato dirá que a esa descripción sólo habría que añadirle que los títulos del capital contemporáneo no sólo se apropian del trabajo, sino también de otras producciones sociales; actuales y por venir. Partiendo con Marx de la fórmula D-D’ como representación de la forma más pura de la dinámica capitalista; es decir, de su realización; la del dinero que se auto-valoriza apropiándose toda otra forma de valor, Lazzarato sostiene que la hegemonía del capital financiero no es una anomalía del capitalismo. El capital no busca producir, sino valorizar, y la valorización llama a la apropiación. El capital financiero aparece como capital-dinero y posee la forma de movimiento D-D’; es decir, dinero que genera dinero. La propiedad bursátil, en lugar de ser una distorsión de la apropiación en el capitalismo industrial, constituye la manifestación más adecuada y más general de la apropiación capitalista. Toda propiedad es capital, por lo que las deudas también son capital. El capital financiero y monetario no es un dispositivo parasitario ni un simple sistema especulativo, sino que es la realización del concepto de capital. Esto es: el concepto de capital deviene real, no con el capital industrial, sino con el capital financiero. El dinero como capital es la forma más líquida y más flexible del capital. Infinitamente móvil e infinitamente movilizable desde el fin de los acuerdos de Bretton-Woods, la moneda es la mejor arma para dirigir las inversiones hacia nuevos sectores con el fin de asegurar nuevas tasas de ganancia. Las nuevas apropiaciones se topan otra vez con la depreciación del capital invertido y deben continuar desplazándose al infinito. Lazzarato concluye que la moneda es la institución estratégica que ha impulsado esa desterritorialización; y el capitalismo, la primera sociedad en introducir lo infinito en la economía y en la producción. Y por definición, lo infinito no posee equilibrio. El capitalismo se nos presenta entonces como una economía monetaria donde la moneda no cumple una función económica, sino política.
Para insistir en el planteamiento de que el capital financiero representa la realización del concepto de capital, Lazzarato examina dos secuencias en la hegemonía del capital financiero. La primera, entre 1870 y 1914; y la segunda, a partir del 1970. Si en la primera el capital financiero subordina, atravesándolos, al capital comercial e industrial y los conforma en una unidad, en la segunda, más que una hegemonía, se efectúa una total reconfiguración del planeta por parte del capital financiero y su axiomática. Entre esas dos secuencias, el período keynesiano-fordista aparece como una excepción económico-política de un capital financiero que sólo ahí se ve reducido a su simple función económica de financiamiento de un capital industrial administrado por un compromiso político entre los capitalistas y los sindicatos bajo el control del Estado. Durante el New Deal y los Gloriosos Treinta, la deuda no se encontraba en el centro del conflicto político porque el capital financiero estaba neutralizado. La estrategia de salida de la catástrofe provocada por el liberalismo clásico presupuso lo que Keynes llamó la “eutanasia del rentista” y la reconstrucción política de la centralidad de la relación capital/trabajo. Pero en el capitalismo financiero post-fordista, la relación acreedor/deudor tiene un alcance completamente distinto al que tenía la relación capitalista/trabajador en el capital industrial. Esta se caracteriza por constituir un aparato de comando que no sólo captura el trabajo industrial, sino también otras modalidades de producción social al punto de integrar a la población en general en el proceso de valorización capitalista.
Muchísimos otros asuntos que arrojan luz sobre el rol de la deuda en el capitalismo contemporáneo y las maneras en que se reconfiguran los poderes soberanos, disciplinarios y biopolíticos con las prescripciones y las políticas de austeridad impuestas desde las instancias financieras supranacionales son tratados en este libro. La transformación del dinero en deuda y de la deuda en propiedad; la titularización de las deudas que permite luego fragmentarlas, venderlas y revenderlas al infinito al punto de alcanzar el anonimato para luego, en la crisis, hacer de ese anonimato de la deuda la justificación para que sea la población en general la que pague por ella; el endeudamiento individual y familiar por los servicios sociales básicos (educación, salud, etc.); así como la condición existencial del ser endeudado constituyen algunos temas elaborados ya en La fábrica del hombre endeudado, pero retomados y ampliados en este libro. No obstante, el asunto que más atañe a mi investigación es el que analiza el capital como un operador semiótico no-lingüístico. En el capitalismo, los flujos de signos (la moneda, los logaritmos, los diagramas, las ecuaciones, etc.) actúan directamente sobre los flujos materiales sin pasar por la significación, la referencia o la denotación. Estas semióticas a-significantes que no alcanzan la representación; que no pasan por la conciencia; constituyen un asunto clave para entender el proceso de desinflamiento de lo simbólico y avance de la tecnocracia que mi investigación explora desde distintos ángulos.