Departamento de Sociología y Antropología, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
El 28 de junio de 2015, en una entrevista publicada por el diario The New York Times, el gobernador Alejandro García Padilla declaró: “Puerto Rico se encuentra en una espiral de muerte, la deuda es impagable, no es un asunto de política sino de matemática. Después de seis años, la cita del exgobernador puede servir para hacer un ajuste gramatical de lo que allí decía. Ya sabemos que su petición de socorro a Washington no rindió los frutos esperados. En los planes de la metrópoli, pudiendo hacerlo, no estaban ni la quita de la deuda ni tampoco salvar a la isla. De manera que el mandato de los números se cumplió. Los acreedores propietarios de la deuda de $73 mil millones tenían el poder para que lo que se afirmaba impagable, se pagara. Pusieron a funcionar, a través de la ley Promesa, un comando armado de números, como lo es la Junta de Supervisión Fiscal para imponer su racionalidad letal: la deuda o la vida. Y a eso vino la Junta, a cobrar. En la economía neoliberal las deudas se pagan con más deudas, como resultó en el acuerdo con la Corporación del Fondo de Interés Apremiante de Puerto Rico (Cofina).
El el 28 de enero de 2021, el gobernador Pedro Pierluisi compareció por primera vez ante la Junta de Supervisión Fiscal, creada por disposición de la ley Promesa. (GFR Media)La máquina financiera del endeudamiento es global y necesita alimentarse. Sin embargo, la Junta lo hace muy graciosamente, prometiendo crecimiento y salvación.
El diseño económico neoliberal organiza otros ataques y destrucciones. Lleva a cabo una guerra contra la sociedad, contra el trabajo, el salario, el Estado y los servicios públicos. Los despidos, las privatizaciones, la reapropiación territorial y la expropiación de riquezas colectivas forman parte de su agenda. La Junta siguió el mismo tratamiento y llevó al extremo la medicina amarga, que años antes había sido la receta del gobernador Luis Fortuño y que los que vinieron después no alteraron.
El asunto no era que no fuera necesaria la intervención política, sino que esta estaba secuestrada por los intereses económicos y sometida a la matemática que impusieran los contables, abogados y asesores de los propietarios del capital. Los números se traducían a dinero y el dinero a posibilidades de vida. Por un lado, la vida de los propietarios y de su funcionaria haciéndose más rica y del otro, la de los deudores haciéndose más pobre y abandonada.
Es cierto, la espiral de muerte de Puerto Rico era imparable. A la tragedia del huracán María, en 2017, se unió la de los terremotos y el COVID-19 en 2020. Todas esas desgracias vinieron acompañadas por lo que se ha llamado por Naomi Klein el capitalismo de catástrofe. Se trata de ese capital que obtiene ganancias extraordinarias a partir de agenciarse parte del botín que vienen con los fondos de reconstrucción. Puerto Rico es un caso de libro donde se despliega el capitalismo de catástrofe y dela corrupción. Bastaría con lo que hemos dicho hasta aquí para desenmascarar lo que quieren decir cuando recurren a la frase “que vienen o que van a salvar la economía”. Los muertos de María y los muertos del COVID-19 no son cifras, tampoco son los números de un conteo diario. Forman parte de una profunda herida social que atraviesa a la isla. Hay unas vidas que son prescindibles, más próximas a la enfermedad y la muerte. Esas ya vienen marcadas por la matriz de poder colonial global, clasista, racista y sexista.
Puerto Rico sigue siendo un laboratorio donde esa violencia de la economía se reproduce y encubre. Esa es la verdadera espiral de muerte. Apostemos por una economía para la vida.
Esta columna recoge parte de presentación de la autora el pasado jueves en un foro coordinado por la Biblioteca y Centro de Investigación Social Jesús T. Piñero de la Universidad Ana G. Méndez, Recinto de Carolina.