
Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico en Humacao
Reseña del libro: Rubén Dávila (2018). Crónicas de un Confinamiento Abierto. San Juan: Publicaciones Gaviota
A partir de una lógica de excepcionalidad, los medios de noticias informaron, recientemente, la muerte de un hombre que murió atropellado, mientras caminaba, en una de las carreteras del país. Sin embargo, el carácter excepcional de ese evento se desvanece cuando observamos que, sólo en el año 2018, los caminantes atropellados por vehículos de motor, según la Policía de Puerto Rico, ascienden a 99 personas hasta el momento y que éstos representan el 35% del total de las muertes en carreteras. Si a esta cifra le sumáramos los atropellos ocurridos en años anteriores, muy probablemente daríamos cuenta de que no se trata de una excepción, sino más bien del espanto de la normalidad. Tradicionalmente, la respuesta de las autoridades es la condena al peatón o al ciclista. Como no recordar los comentarios de algún oficial ante la muerte de aquella cantautora atropellada en una carretera en Río Piedras. En aquel momento el oficial comentaba que parte del problema había sido que la mujer estaba caminando por la calle de noche y sola. Al que camina o el que transita en bicicleta se le impone el deber de la precaución, ya que, en la calle, en el afuera, parecería preferible darle paso a la máquina o desplazarse en ella. Surge así la pregunta de qué constituye ese afuera que, comúnmente, nombramos como la calle. Un afuera que se encuentra dominado por una lógica automotriz que desplaza otras formas del transitar y del convivir.
En un país que ha motorizado el tapeo español y lo ha transmutado en chinchorreo, convirtiendo el acto de viajar en la máquina en el eje del entretenimiento, se hace necesario analizar esa política del automóvil que define las formas de sociabilidad. Ese precisamente es el propósito de la última entrega que nos hace el Dr. Rubén Dávila Santiago en su reciente publicación: Crónicas de un Confinamiento Abierto. En este proyecto, Rubén Dávila, nos invita a observar esos “espacios del afuera”, acompañado de la pregunta de si eso que llamamos “afuera” no será acaso también un “adentro” o, más bien, una forma del confinamiento. De ahí, que no sea casual que al abrir el libro la primera frase que se nos presenta sea: “Al salir, se entra…”. El libro Crónicas de un Confinamiento Abierto es, nunca mejor dicho, un texto (textus), un tejido que nos invita a recorrer sus pliegues, sus piezas, fotos, cartas y mapas de lo que constituye los espacios de la llamada urbe de Puerto Rico.
El automóvil, en este texto, es el punto base que Rubén Dávila utiliza para su trabajo y para observar ese espacio de confinamiento en “el afuera”. Bien podemos encontrar en este texto una historia bien lograda sobre el automóvil. Ciertamente, en este libro, hay un recorrido histórico y no cronológico, del automóvil en Puerto Rico. El texto aborda dicha historia, desde el primer auto registrado en 1903, perteneciente al yaucano Alejandro Franceschi Antongiorgi, la vinculación de la historia del auto a la invasión norteamericana, sus contradicciones con los proyectos de modernización bajo el Estado Libre Asociado y la figura de Luis Muñoz Marín, sus vínculos con el desarrollo de las urbanizaciones en Puerto Rico, entre otros. Pero el libro Crónicas de un Confinamiento Abierto no se trata sencillamente de esa historia. Rubén Dávila no realiza una lectura sustancialista del automóvil. No se trata de observar el vehículo de motor como un objeto más, añadido, en el espacio urbano. Más bien, el autor toma el automóvil como signo base, en su particularidad, para ir develando la totalidad de una “cultura vehicular motorizada” y delimita los contornos de ese “confinamiento del afuera”.
El automóvil se nos presenta en este trabajo desde su vocación de dominación que, como expresa Rubén Dávila, somete todo el entorno a la lógica de la automovilidad. Desde ahí, se define ese espacio de la calle con sus códigos, señales, letreros, semáforos, disposiciones y dispositivos. Desde ahí también se recrean posicionamientos de los espacios y distinciones entre los lugares despreciables y lugares de importancia. A fin de cuentas, un pueblo o una comunidad puede ganar o perder importancia dependiendo cuan cerca o lejos esté de la accesibilidad a un sistema vial. Entonces, “la apertura” de ese espacio de la calle deviene en artificio, se trata más de una forma particular de confinamiento fundamentado en el automóvil privado. Es precisamente, por ello que se trata de un confinamiento en la apertura. El confinamiento de una ciudad que paradójicamente no está hecha para sus ciudadanos, sino para la máquina del automóvil. Como no recordar las largas filas que hicimos luego del huracán María para llenar de gasolina los tanques de nuestros autos. Sin el automóvil no había movilidad, no había distribución, ni comunicación. Entonces, de lo que se trata es de un confinamiento fundado en el artificio de la libertad y la movilidad. Bien lo menciona Rubén Dávila cuando dice:
“Al dejar el espacio doméstico, nos internamos en un espacio codificado, definido y controlado a partir de un montaje global que constituye un dispositivo reproductor del sistema vial. Se trata de un confinamiento configurado por una red de sistemas entrelazados de fuerzas y orientaciones tributarias de este montaje de automovilidad, cuyo elemento de coherencia y de cohesión es la cultura motorizada del automóvil privado”.
A través de la lectura de este texto vemos como Rubén Dávila va hilvanando entrecruces, entramados, interconexiones que no responden necesariamente a una linealidad cronológica. Este libro es una suerte de tejido ingrávido que parece colocarse en un punto inerte o más bien en un punto particular de suspensión frente a ese campo relacional de fuerzas y sentido que llamamos lo social. Ese punto de suspensión que es también el punto que da paso a la fecundidad del pensamiento y del saber. Esa suspensión a la cual Pierre Bourdieu (Meditaciones Pascalianas) llamó la situación escolástica (scholé) como: “un lugar y un momento de ingravidez social en el que, desafiando la alternativa común entre jugar y estar serio se puede jugar en serio….ocuparse en serio de cuestiones que la gente seria ignora porque, sencillamente, está ocupada y preocupada por los quehaceres prácticos de la existencia cotidiana”.
Es por ello que este trabajo se nos presente como un texto, trabajo con rigurosidad intelectual, pero que por aquella ingravidez no sigue los patrones académicos tradicionales. No se encontrarán notas al pie de página que sostengan al texto. Tampoco se encontrará un prólogo, una introducción o un cierre. El texto Crónicas de un Confinamiento Abierto comienza con un palabra sencilla y contundente, “Pasos…”, como si Rubén Dávila continuara un caminar iniciado por otros. Al final del texto, se encontrarán páginas en blancos bajo el título “Anotaciones Itinerantes” como si se nos invitara a continuar el tejido ya iniciado. De esta forma, se nos va revelando un texto que está formado puntos. Puntos que como en todo tejido no son inicio sino continuidad. Puntos que, como en todo tejido, no son cierres sino aperturas del devenir. Son esos puntos los que configuran este texto. Puntos materializados en los pasos que va dando el autor en su recorrido por ese espacio del afuera al cual comúnmente llamamos “la calle”. Pero no se trata de puntos marcados solamente por los pasos sino también por la mirada que le brinda el autor a esos espacios, mirada que también se encuentra acompañada por el develamiento de la dimensión temporal de esa espacialidad del confinamiento definida por el automóvil.
Para dar cuenta de ese confinamiento del afuera Rubén Dávila va realizando el movimiento del tejedor que desde un punto particular extiende su hilar hacia una totalidad que regresa a lo particular y que recuerda aquella frase de Lucien Goldmann: “el todo está en las partes y en las partes está el todo”. Por eso, los relatos de este texto muchas veces comienzan en un punto particular. Por ejemplo: “Al salir de la Avenida Baldorioty y doblar hacia el poblado de Piñones, tomo a la izquierda la Avenida Isla Verde…”. A partir de ahí, el relato se va ampliando hacia una totalidad que explora todos los contornos, perspectivas y memorias de esa espacialidad. Luego, en ese movimiento, se regresa a ese punto particular que vuelve a expandirse en una continua dialéctica del devenir.
De ahí, Rubén Dávila logra mostrarnos todos los puntos que conforman ese confinamiento dominado por la lógica del automóvil. En algunos relatos nos lleva con él a realizar toda una semiología del cruzar. Observando, punto por punto, todo el complejo sígnico de cruzar una avenida. En esa mirada relacional, el texto da cuenta de cómo, bajo la vocación hegemónica del automóvil, se conforman subjetividades particulares, como lo es la del peatón. Si como decía, David Le Breton, “La especie humana empieza por los pies”, este trabajo da cuenta de cómo en la cultura vehicular motorizada el peatón deviene en un ser degradado y profano. En Crónicas de un Confinamiento Abierto encontramos toda una semiología del peatón y de lo que significa “estar a pie” en ese espacio dominado por la automovilidad. “Estar a pie”, “quedarse a pie”, “decidir irse a pie” son acciones de la perdición y de la locura en la cultura vehicular motorizada. El peatón, en ese espacio del confinamiento, es un ser degradado porque no se encuentran refugiado en el lugar sagrado del auto. Ser peatón, nos dice Rubén Dávila, es una forma de exilio del lugar propio para estar en ese afuera: el automóvil. Es precisamente en ese lugar de la locura, “ir a pie”, donde Rubén Dávila se coloca para realizar este trabajo. Así comienza su libro:
“Salgo del Condominio el Monte Norte por el portón que da a la Avenida Muñoz Rivera en la intersección con la Hostos y la Calle Mayagüez. Voy hacia el tren urbano… No en pocas ocasiones amistades se han detenido para darme ‘pon’… La primera pregunta de mi preocupado auxiliador es: ‘¿qué paso, se te dañó el carro’? Al decirle que no , que lo que pasa es que quiero caminar… emerge la sospecha de que miento por vergüenza y de que estoy encubriendo mi verdadera situación”.
Desde ese caminar, Rubén Dávila va realizando una semiología de ese espacio definido por automóvil: las aceras, semáforos, líneas y señales de tránsito. Transcurre también por los lugares del desecho, esos lugares que quedan fuera de la mirada del conductor, ya que también el auto impone una política de la mirada. Desde ese tránsito también se va abordando, las distinciones entre lo legal (las leyes de tránsito) y lo legítimo. Es decir, aquellas prácticas que, aunque no están codificadas en la ley, se espera que sean realizadas por cualquier conductor; como por ejemplo: cruzar con la luz amarilla, continuar la marcha ante la señal del PARE o bloquear una intersección ante el cambio de la luz verde, aunque la misma se encuentre congestionada. Sobre ello nos dice Rubén :
“El sistema vial está diseñado como uno de control, ordenamiento, exclusión, vigilancia, velocidad, dispositivos reguladores, con una dinámica interna propia, el cual establece jerarquías… En todo esto se cruzan dos vectores: el del ordenamiento formal legal y el ordenamiento funcional cotidiano… Las condiciones de la acción se sitúan en esta intersección. Lo que es identificado como legítimo o el ‘bien común’, no necesariamente es lo que formalmente está reglamento y tiende a operar con está lógica propia que incluye y excluye elementos constituyendo una dinámica coherente”
Desde esa mirada relacional del automóvil y la definición del espacio del afuera, Rubén Dávila va recogiendo en este libro las transformaciones de la corporeidad en esa cultura vehicular. No se trata de plantear en este trabajo la simplificación de que el cuerpo es sustituido por la máquina. Más bien, su planteamiento apunta hacia una mirada del cuerpo como auxiliar de la máquina, un cuerpo que se hace instrumento y se convierte en dispositivo que es completado con la máquina. El acercamiento a esa corporeidad se integra, también, al diseño exterior del automóvil. Los primeros autos, sin capotas, operaban como plataformas de la exhibición y exposición corporal. Cuerpos que transitaban para ser observados y, desde ahí, marcar las distancias de estatus y clase social. A partir de aquellos primeros diseños se inicia una historia del auto-confinamiento, que nos lleva a los autos contemporáneos con capotas, cristales cerrados, obscurecidos y en donde el cuerpo se oculta para ir trazando una política de los distanciamientos. Desde ahí también se realiza un acercamiento a las distinciones de género y las marcas de carro: para la mujer una RAV4 o una CRV, para el hombre un Camaro o una RAM. Desde ahí, la externalidad del auto deviene en piel que expone y revela la identidad.
En La Poética del Espacio Gaston Bachelard expresaba que: “En sus mil alveólos el espacio conserva tiempo comprimido”. Uno de los elementos que le añaden un valor excepcional a este trabajo es la incorporación de la dimensión temporal en la cultura vehicular y en el espacio urbano dominado por el auto. El espacio no es aquí un contexto, ni un contenedor de objetos. En la cultura vehicular se impone una temporalidad basada en la velocidad y en la “lógica del avanzar”. Un avanzar que se nos presenta como contradicción ya que, como sabemos, en muchas ocasiones con el auto no se avanza (p.e. los tapones). Sin embargo, esa lógica del avanzar se mantiene imperante en el intento de rebasar al auto que va al frente. En esa dimensión temporal se da cuenta de cómo en la cultura vehicular también se generan desechos de la memoria. Hay historias de Puerto Rico que han quedado ocultas bajo el asfalto o que son ignoradas por la fuerza de la velocidad. La automovilidad crea regiones del olvido que Rubén Dávila va evocando desde una narrativa no cronológica y desde un presente que condensa toda la historia. Por ejemplo, nos dice el autor: “Camino hacia la Fortaleza, el gobernador Piñero pasa en su automóvil al lado de lo que sería el último viaje del trolley. Grupos de personas se aglomeran para hacer el último recorrido” ¿En que región del tiempo se encuentra el autor que camina hacia la fortaleza y ve pasar al gobernador Piñero en su auto? El mismo autor lo contesta: “El todo se contiene en un instante cargado de historia”
Crónicas de un Confinamiento Abierto es un texto que, tanto en su forma como en su contenido, nos hace una invitación a la extrañeza. Quizás creemos saber lo que es el automóvil, pero quien se acerque a las páginas del texto muy probablemente terminará dando cuenta de que sabíamos muy poco sobre el automóvil. Y es que Rubén Dávila escoge un artefacto cultural de nuestra vida cotidiana, esos artefactos demasiado conocidos y naturalizados, para ir desmontando en el lector todas las instancias del sentido común respecto al automóvil. Mientras uno se adentra en la lectura de este texto el carro nos comienza a aparecer como un objeto complejo y, sobretodo, extraño. ¿Cómo no extrañarse ante el hecho de que en Puerto Rico haya un automóvil por cada 1.5 habitantes y, que a la misma vez, la Organización Mundial de la Salud haya declarado que el automóvil es una de las principales causa de muerte y de riesgo a la salud? Esa invitación a la extrañeza a desnaturalizar aquello que nos parece demasiado obvio ha sido una de las grandes aportaciones que Rubén Dávila ha mantenido en sus trabajos. Se trata de un desmontaje político de aquellos escenarios que, por estar anclados en las regiones del sentido común, nos ciegan. Por eso Rubén Dávila reconoce que este libro puede ubicarse en el Índice de Libros Prohibidos por la Moderna Inquisición, ya que se trata del cuestionamiento de aquello, que bajo el signo de la normalidad se ha convertido en incuestionado. Pero es precisamente ahí, en esos parajes de la normalidad, donde se pueden observar los dispositivos de poder. Como menciona Rubén Dávila: “La mecánica del poder es presentarse como abolición misma del poder y ser una expresión generalizada de la voluntad y la elección libre de opciones y orientaciones…”
La invitación a la extrañeza es la invitación a descubrir el poder, no como forma externa de opresión, sino a verlo allí mismo en las instancias de nuestro diario vivir. Esa invitación es también una provocación para volver a ver el mundo con los ojos y el asombro de los niños. Por eso, no es casual, que Rubén Dávila culmine su libro con esa invitación a reconocer la ausencia de la niñez y de la extrañeza. Nos dice el autor: “la redundancia de motores ensordece cualquier llamado del eco. Olor a gomas y humo. Miro, y no hay niños…y me digo, ya no hay niños: los extraño”. Son esos niños que “jugando en serio” se acercan a su entorno desde la extrañeza que invita a la curiosidad y al deseo por el aprender y el saber. Esos niños que ya no se ven jugar en las calles porque la cultura del automóvil los ha desplazado al encierro y al desierto.
*El texto es una modificación de la presentación del libro realizada por el mismo autor en la librería Casa Norberto el pasado 8 de septiembre de 2018.