Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
Departamento de Sociología y Antropología
Históricamente, los flujos migratorios han sido parte constitutiva del propio trayecto evolutivo del modo de producción capitalista. Estos flujos migratorios son expresión de las maneras en que las poblaciones (inicialmente excedentes, y ahora sobrantes) se han venido desplazando, en un principio hacia zonas industriales dentro de un mismo territorio y más adelante, hacia zonas que, en su momento nombramos, de capitalismo avanzado. Como sabemos, ya en el contexto de la sociedad globalizada, los flujos migratorios se incrementan e intensifican a medida que arrecian las crisis económicas, sociales y políticas en el mundo colapsando incluso la distinción inmigrante/refugiado.
De otro lado, desde principios del siglo pasado, el saber de la criminología clásica y positivista produjo la ecuación criminalidad = trabajador migrante alimentando y retroalimentando toda suerte de imaginarios zenofóbicos y la virulencia contra el otro. La paradoja estriba en que esa virulencia se produce al tiempo que el sistema y la sociedad “anfitriona” se benefician de la sobreexplotación de esos otros (inmigrantes) que dicen no querer en su territorio. No es posible mirar la marcha de los inmigrantes hondureños sin pensar en el planteamiento de Emmanuel Levinas en torno a que el rostro del otro nos obliga, nos impone una responsabilidad ética. Como he señalado en otras ocasiones, el común denominador de amplios sectores poblacionales, principalmente en el contexto de las grandes ciudades, es su condición de no ciudadanos. Un derecho que sólo confiera derechos a las personas en virtud de ser ciudadanos no nos sirve de mucho para relacionarnos con los no ciudadanos. Acoplar el estado de derecho vigente a la altura de esta complejidad es un primer paso en la dirección de asumir esa responsabilidad.