
19 de marzo de 2025
Una guerra total contra la materia
Madeline Román
Las categorías de análisis, al igual que los campos de teorización, son como cajas de herramientas de las que hacemos uso para auxiliarnos en el proceso de producción de sentido, bien sea de un asunto, bien de una problemática X. No hay conceptos ni miradas onmicomprensivas porque el sujeto en su carácter singular no pueda dar cuenta de la marcha de lo social y porque, al presente, dicha marcha (global) apunta a una complejidad cuantitativa y cualitativa considerable. Hay conceptos cuya eficacia mayor se produce al éstos emigrar de un campo del saber a otro y hay otros que siguen siendo relevantes aunque los contextos en los que se produjeron inicialmente hayan sido otros.
Es este texto reflexivo, Amador Fernández Savater, pone en foco el término “brutalismo” propuesto por Achille Mbembe para producir sentido de un contexto epocal (el presente) en el que brutalismo remitiría a lo que, se entiende, caracteriza nuestra contemporaneidad: una guerra total contra la materia (materia-cuerpos y materia-territorios):
“El mundo se ha convertido en una gigantesca mina a cielo abierto. La función de los poderes contemporáneos, dice Mbembe, es ‘hacer posible la extracción’.” Una extracción en la que la distinción entre ser humano, cosa y mercancía tiende a desaparecer al punto que la imagen del esclavo negro prefigura una tendencia global en toda materia y una en la que todo corre peligro.
El brutalismo caracteriza un proyecto de dominación y un contexto en el que, al igual que en la experiencia del totalitarismo en la Alemania nazi, las distintas poblaciones se vuelven superfluas: administradas, controladas, confinadas y exterminadas entonces a través de las redes de datos, las guerras y las migraciones.
Quizás lo mas valioso de esta reflexión es la adopción, por parte de Mbembe y suscrita por Fernández Savater, de un lugar de enunciación que privilegia las resistencias posibles en el aquí y en el ahora centradas en “regenerar la materia herida” y en el proyecto de una economia de los bienes comunes y la desfronterización del mundo.
Brutalismo y su pretensión de erradicación del inconsciente
Amaryllis R. Muñoz Colón
Comento algunos planteamientos del artículo “El brutalismo, fase superior del neoliberalismo”, de Amador Fernández Savater, publicado en la Revista Contexto. Destaco aquellos asuntos que considero le otorgan sentido a la perplejidad que han producido los abruptos y violentos giros políticos, económicos y sociales que nos han sacudido a lo largo y ancho del planeta. Siguiendo al teórico africano Achille Mbembe y al psicoanálisis, entre otros, Fernández Savater hilvana el texto desde tres interrogantes centrales: ¿En qué tiempos vivimos?, ¿Cómo calificar nuestra época? y ¿Qué tipo de ser humano, subjetividades y deseos propicia el brutalismo contemporáneo?
Con el nombre de brutalismo, asistimos (según Mbembe y Fernández Savater que lo suscribe) a una organización de poderes que son empresa de perforación y de extracción no solo de los cuerpos y territorios sino del psiquismo y del inconsciente, “esa inmensa reserva de noche con la que el psicoanálisis intenta reconciliarnos”. Una estrategia de erradicación del inconsciente (a todas luces imposible) en tanto “materia ensoñada” (León Rozitchner en Fernández Savater), elemento que nos hace únicos e irrepetibles y que desborda la materia biológica porque es “la materia que fantasea, que anhela”. No obstante, esa materia que, como expone Fernández Savater, “es piel de plátano, en todos los planes de control incluyendo los de uno sobre sí”, no es del todo subyugada (por proyectos de control imperialista, colonizantes y brutalizadores) pues es fuerza interior que “desvía, tuerce y complica”. El brutalismo pretende extirpar esa dimensión ingobernable capturando mediante las redes de datos, las fuerzas y potencialidades humanas para cartografiarlas enteramente hasta, como dice Sabater, lograr “que el mapa sustituya territorio”. Se trata de un proyecto de dominación que descansa en una concepción racionalista de la mente, que “bloquea las energías afectivas, amorosas de esa potencia que es Eros”, que según Sigmund Freud, “ es el único contrapeso posible a Tanatos” (pulsiones mortíferas). Un proyecto que con su pretensión de digitalización integral del mundo y de disolución del inconsciente intenta abolir el misterio que somos. Y, si bien no lo logra, sí consigue producir subjetividades insensibles, indiferencias al dolor del otro, el gusto por herir y matar por ver sufrir
El proyecto del brutalismo, acarrea también para Mbembe el virilismo: figura frenética que no tiene rastros de culpa o pudor o inhibición. Una figura que parece sacada del padre ancestral, incestuoso y despótico que desde el brutalismo y el virilismo parece haber triunfado sobre la revuelta de los hijos, dejando fuera el pasaje hacia la posibilidad de la civilización. Así, brutalismo y virilismo forman parte de un proyecto que, en su pretensión de desaparecer el mandato paterno y la represión que obligaba a posponer el placer y sustituirlo por compensaciones sublimatorias, queda entonces expuesto al desenfreno, la desinhibición y la ausencia de límites desde las más mortíferas pulsiones. Con un frágil lenguaje simbólico (esa dimensión estructurante de la realidad psíquica que debe pasar por la ley) que ya no cumple su función de límite y regulación, se dá paso a un goce irrestricto que se expresa de diversas y crueles maneras. La pretensión de erradicar el inconsciente en tanto espacio de pugna de fuerzas energéticas, implicaría convertirnos en masa gobernable, en insensibilización generalizada, dejando fuera la economía libidinal para el bien común y el amor como posibles.

