
Universidad de Puerto Rico Rio Piedras
14 de agosto de 2025
Gabriela Nicole Pratts Rosario, de 16 años, murió el pasado 11 de agosto tras ser agredida con un arma blanca a manos de otras u otros adolescentes. Cada vez que ocurre un evento doloroso y devastador como este los medios de comunicación se saturan. En parte esto se debe a que necesitamos hablar y hablar lo acontecido para poder “procesarlo mejor”, como dicen algunos psicólogos, o bien para aliviar nuestra consternación personal y colectiva.
En contextos como estos, siempre hay gente (dentro y fuera de los medios) que cree que la indignación solo se muestra gritando y vociferando. Gritan y vociferan que el problema es la ineficiencia de la Policía, la ausencia de legislaciones más severas y de penas de cárcel más extensas. Los que así se expresan faltan a una verdad muy grande: los castigos no disuaden, la cárcel no mejora ni hace mejor persona a nadie y los problemas de fondo que contribuyen a este tipo de violencia siguen vivitos y coleando.
Por eso, no podemos confundir lo urgente con lo importante. Lo urgente tiene que ver con atender de manera inmediata las situaciones que tenemos de frente, pero lo importante es atender las cuestiones de fondo que provocan el que violencias como esta sigan ocurriendo.
En su libro Jugar es un acto político, la psicóloga Aída Reboredo señalaba que el juego es el espacio de ensayo para la vida adulta del sujeto a partir de la percepción que se hacen los niños de lo que constituye el mundo adulto. Hace años circuló un vídeo titulado Traición en el Residencial Arístides Chavier, producido por los niños de dicho residencial. La grabación causó una gran consternación colectiva, justamente porque presentaba cómo los niños del caserío jugaban a ser narcos. Pues bien, pienso que no constituye un salto mortal plantear que las rencillas, la “envidia”, las peleas del lado de los y las menores es un fenómeno mimético (imitativo) de su percepción del mundo de los adultos. Después de todo, en una sociedad donde parecería ser que hay gente que piensa que hay problemas que solamente se resuelven con una bala, a pelea limpia, a golpe limpio, no es para nada extraño que los menores hagan lo mismo.
El imaginario glorioso de la reyerta (la pelea como fuente de respeto y reconocimiento al vencedor) es propio de sociedades nombradas por algunos como “primitivas”. En principio, este imaginario tendría que haber quedado atrás en el camino hacia sociedades con mas modernidad (lo cual lleva de suyo una suerte de suavización de los comportamientos).
Sin embargo, cada vez que veo noticias sobre peleas en las escuelas, rencillas vecinales que culminan en muertes, o el encadenamiento de actos de venganza (tipo, tú me mataste a este, yo te mato a este otro) no puedo evitar pensar que nos hemos quedado atascados en algún punto de este trayecto evolutivo; o bien que el abandono generalizado de la vida en Puerto Rico, producto del conjunto de penurias económicas y políticas que nos atraviesan, provoca la intensificación de violencias que desearíamos haber superado. Parecería que estamos ante un callejón sin salida a menos que percibamos la necesidad de un cambio de paradigma.
Un paradigma es un cuerpo de creencias a los cuales una comunidad se adhiere. Es hora ya de conceder a que, sin dejar de atender lo urgente, vayamos construyendo las piezas necesarias en el camino de lo importante: el cuido y atención comunitaria para todos los sectores envueltos en un conflicto potencialmente letal, la negociación de los conflictos, la responsabilidad ante uno mismo y ante el otro en vez del castigo, el perdón y la reconciliación personal y social. Esto es, el repliegue del derecho penal y el fortalecimiento de la sociedad antipunitivista. Es un camino difícil y tortuoso. Sí, pero si no nos disponemos a comenzar, nunca vamos a llegar.

