
Facultad de Estudios Generales, Español
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras
14 de julio de 2025
En su libro de 2020, la nueva acepción que el filósofo africano Achille Mbembe le otorga al concepto “brutalismo”, nos ofrece una oportunidad única para examinar el presente.
De referirse a un movimiento arquitectónico de los años cincuenta en Inglaterra, Mbembe lo extrapola a nuestro período histórico caracterizado por la financiación de la economía, la desregulación del mercado,“el desmantelamiento de los amortiguadores sociales”, la eliminación de las protecciones ofrecidas anteriormente por el Estado benefactor y la disminución de los impuestos a sectores pudientes. La fecundidad de este concepto se podría aprovechar para nombrar a todos aquellos que han favorecido las políticas emblemáticas de este momento en Estados Unidos. Los brutalistas serían entonces quienes han echado a correr toda una serie de iniciativas agrupadas en la pieza legislativa recientemente aprobada, denominada One Big, Beautiful, Budget Act”. Como ya han reseñado otros, esta significará el empobrecimiento de la clase trabajadora, la merma en servicios médicos (particularmente en zonas rurales y a poblaciones vulnerables), la reducción de los beneficios de Medicare y Medicaid y un desmedido enriquecimiento de las clases adineradas, entre otras repercusiones.
Aunque Mbembe estudió los efectos de esta nueva coyuntura socio-política (y económica) en el contexto de Europa, su énfasis en lo que él denominó “los cuerpos fronteras” tiene una resonancia particular en el nuestro. Convertidos en uno de los objetivos principales de las políticas de los brutalistas, como demuestra la triplicación de la asignación presupuestarias a ICE, los migrantes han estado expuestos a las condiciones más atroces, replicando muchas de las políticas que ya se habían observado en las zonas colonizadas por Europa, –por ejemplo, Africa del Sur -que Mbembe estudia en su libro: detenciones extrajudiciales, secuestros, deportaciones a cárceles en El Salvador, y ahora Sudán. Como si el pasado colonial les ofreciera un playbook, los brutalistas establecen “campos de detención” en zonas agrestes (las Everglades en Florida) donde la amenaza ambiental (serpientes, cocodrilos) se conjuga con la climática (huracanes/calor extremo) para exponer a los detenidos a condiciones infrahumanas; o los exilian a países cuyo historial de violaciones de los derechos humanos es ampliamente conocido; o los someten a una faccionalización cada vez más pronunciada impidiendo y/o dificultando su circulación.
Una lección a extrapolar del texto de Mbembe es que “la guerra social planetaria” que los brutalistas han desatado no tiene que llegar a los extremos de los regímenes totalitarios estudiados por Hanah Arendt para tener un efecto devastador. Al juntar el intento de detener el crecimiento de sectores no blancos en un país que experimenta un envejecimiento significativo, con nuevas formas de depredación económica, los brutalistas han creado una “comunidad de cautivos” para la cual no habría mucha escapatoria. Si en su devenir totalitario, Estados Unidos ha sido tentado por algunas de las políticas de regímenes totalitarios para poblaciones que han denominado como “excedentes”, bien les valdría examinar con detenimiento el desenlace histórico de esa gestión en contextos anteriores. Uno de los mayores retos de este siglo, junto a la crisis climática, es plantearse cómo atender el asunto de “circulación” de una masa humana tránsfuga de una forma que sirva para “transformar (la tierra) en un verdadero crisol de todos los humanos y en horizonte común de los seres vivos” (Brutalismo, 140).

