
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
23 de mayo de 2025
Este artículo de Amador Fernández Savater se une a la diversidad de voces que han propuesto lecturas sobre la trama de la serie Adolescence para denunciar lo que para éste constituye el mensaje central de ésta, el “fracaso de las instituciones adultas para escuchar, para comprender, para cuidar” (p.3, par.7). Para Fernández Savater, las instituciones padecen de un desencuentro radical con los jóvenes y parecen ejercer una sola función: “controlar lo que se ha vuelto incomprensible para éstas”. La imposibilidad de las instituciones para atender y estar abiertas a la diversidad de problemáticas que se suscitan durante ese tiempo (adolescencia) se encuentra vinculada a lo que aparece como la superioridad del mundo adulto e institucional.
Para Fernández Savater, la serie actúa como un “espejo del espejo” porque la pantalla nos coloca ante un umbral en la cual proyectamos nuestras propias creencias y prejuicios generacionales. Este planteamiento de Fernández Savater guarda resonancia con aquellos esgrimidos por la psicoanalista Bracha Ettinger sobre el arte. Para Ettiger, la pantalla, como el arte, no devuelve una imagen cerrada sino que nos co-afecta activando dimensiones psíquicas al exteriorizar hacia la pantalla afectos y modos de entender, implicándonos y transformándonos a todas/os con lo que allí aparece.
Cada uno de los episodios de la serie se ocupa de alguna de las instituciones. Todas esas instituciones observan y opinan sobre el personaje principal, Jamie, a mi modo de ver portador del síntoma social, desde la incapacidad a la apertura, a la escucha y a la comprensión. Fernández Savater sostiene que la serie nos emplaza a mirar la complejidad humana desafíando algunos de nuestros “clichés” mas enraizados:
“… Jamie, el supuesto incel (varón joven marginado sexual y resentido con las mujeres), no lleva gafotas ni tiene la cara llena de granos, sino que es un chico muy guapo. El padre no es el abusador de menores ni el maltratador de mujeres que estamos esperando. La familia no fracasa por exceso de crueldad, sino por razones bien distintas. La causalidad es siempre múltiple y, en el límite, un misterio singular a sondear cada vez.”
La serie nos lanza un desafío: hace falta escuchar y aunque es un camino largo y difícil, ésta nos permite siempre “empezar, si es que no creemos saberlo ya todo.” Igualmente requiere confiar en que el otro tiene algo que decir, “ algo que no sabemos, algo que queremos o necesitamos saber” (. ).
Mientras las instituciones y los espectadores presuponen un cierre (“él es así y, si hizo lo que hizo, está dañado y merece castigo”), la reflexión de Fernández Savater apunta hacia una falla en todas esas instituciones, siempre desbordadas por crisis, en la que sus miembros no pueden ni atender o escuchar ya que tanto adultos como jóvenes entran en un “bucle de ensimismamiento”. Ensimismamiento de trabajo, de historias singulares, de redes sociales que propician incomunicación, sea de palabras o de afectos. Mientras el psicoanálisis freudiado instituye el dispositivo analítico en tanto espacio inédito en el cual el sujeto puede “escucharse a sí mismo, entender algo por sí mismo y cambiarse a sí mismo”, el personaje de la psicóloga en la serie, traiciona todo esto. Esta aparece como una metáfora de una posición institucional cerrada dirigida, no a propiciar una escucha abierta y compasiva, sino a encajonar a Jamie dentro de una narrativa al servicio de la institución penal y del sistema jurídico.
Quizás la interrogante implícita de Fernández Savater es ¿por qué enjuiciar a Jamie, en su carácter singular, cuando reconocemos que el fracaso de todas las instituciones?

