
Departamento de Sociología y Antropología, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
5 de agosto de 2024
Vivimos en una época proclive a la producción de toda suerte de chivos expiatorios. Esto es, sectores en los cuales depositamos el peso de la conflictividad social contemporánea. Para el sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, se trata de un tiempo en que, cualquier situación puede desatar un chorro de miedo y de odio acumulados. En este sentido, la estrategia de Donald Trump, de convertir la problemática migratoria en un tema central de su campaña electoral es una forma de capitalizar, al tiempo que de condensar, todo ese miedo y odio en la figura del extraño, del refugiado, del inmigrante. Que Trump sea capaz de hacer eso no es lo crucial. Lo crucial es ¿por qué éste encuentra una audiencia tan receptiva a esos propósitos?
El sistema legal moderno y el mundo del derecho positivo se fue fraguando a partir de la incorporación de estipulaciones provenientes de la diversidad de derechos que coexistían en el mundo premoderno. Los principios de libre contratación, por ejemplo, fueron extraídos del derecho romano. El derecho romano regulaba las relaciones entre los ciudadanos romanos. Pero, como es planteado por Michael Tigar y Levy en su libro El derecho y el ascenso del capitalismo al poder, un derecho que solamente contemplara las relaciones entre los ciudadanos romanos no servía de mucho para relacionarse con los no romanos. Y sin embargo, la mano que alimentaba el sistema era esclava o semi esclava (los pueblos “bárbaros” subyugados por el imperio romano).
Pues bien, diría que algo similar podemos plantear al día de hoy. El común denominador de amplios sectores poblacionales a todo lo largo y ancho del planeta, principalmente en las grandes ciudades, es su condición de no ciudadanos. Y aquí también, la mano que alimenta el sistema es, justamente, todos esos sectores poblacionales explotados e insertos en los trabajos peor remunerados desde donde el sistema extrae su sobreganancia. En ese sentido, la forma en que se nos representa la problemática migratoria conforma un nivel de hipocresia política y social considerable. Mientras, de un lado, se nos dice que esta población le “roba” los trabajos a los “nacionales” (ciudadanos), lo cierto es que estos vienen a ocupar todos esos espacios de trabajo sobreexplotados que, como quiera, no son del interés de los ciudadanos o no estan en posición de ocupar. Para el sociólogo holandés, Hein de Haas, los políticos se dedican a mantener un doble juego, condenando la inmigración ilegal al tiempo que se hacen de la vista gorda frente a la llegada de inmigrantes que satisfacen la demanda de mano de obra barata de muchos empleadores.
Mientras Trump se la pasa diciendo que los inmigrantes ilegales son una partida de criminales, adictos y enfermos mentales, lo cierto es que el grueso de las investigaciones -tanto en Estados Unidos como en Europa- apuntan a que la data disponible (policíaca o académica) no muestra una relación entre incremento en la criminalidad y el flujo de poblaciones migrantes. Por el contrario, la gran mayoría de los inmigrantes (legales o ilegales) tienen sorprendentemente las mismas aspiraciones que los ciudadanos: trabajos mejor remunerados y condiciones de vida dignas.
¿Cuál es entonces el mayor desafío ético/político de la figura del inmigrante? Su desafío consiste en comunicar que las personas son mas importantes que los papeles (los roles que confieren la legitimidad para vivir en un país “x”) y el que, al decir de la investigadora independiente, Ana Paula Penchaszadeh, su sola presencia disloca la fantasía de unidad que se encuentra en la base de toda comunidad (como-unidad) haciéndonos caer en cuenta que la comunidad política rebasa, y tiene que rebasar, la comunidad nacional.

