
Universidad de Puerto Rico en Arecibo
20 de junio de 2024
El libro de Dina Khapaeva, Putin’s Dark Ages. Political Neomedievalism and Re-Stalinization in Russia (Routledge, 2024) analiza un fenómeno que había sido ignorado o considerado marginal en Rusia porque desafiaba la mirada occidental moderna. La creencia en la racionalidad y predictibilidad de Putin y el argumento de que su política representaba los intereses nacionales persistió durante años, incluso luego de la invasión a gran escala de Ucrania. Ni la injerencia (hoy probada) en las elecciones estadounidenses de 2016 hizo que Occidente cuestionara sus entendidos sobre Putin. Aunque muchos quedaron sorprendidos por el artículo publicado en julio de 2021 (“Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”) en el que Putin le negaba al Estado ucraniano su derecho a existir, solo unos pocos en Occidente creyeron que esos extraños planteamientos pavimentaban el camino a una invasión. Desde entonces, muchas otras cosas han ido sorprendiendo a las audiencias occidentales sin que por ello aspiren a desprender las conclusiones necesarias. Las alegaciones del Kremlin en torno a una suerte de confabulación de los ucranianos con el Diablo, las fantasías neomedievales, el pensamiento escatológico y un revisionismo histórico a ultranza figuran entre ellas. El análisis de Khapaeva en este libro ofrece una interpretación atinada de un fenómeno que rebasa el caso ruso y arroja luz sobre el creciente imaginario político neofascistoide que se abre paso.
En el contexto de mi investigación en la que se exploran las mutaciones que se han producido en nuestra relación con el tiempo (partiendo del vínculo entre tecnocracia, despolitización y presentismo, en un primer momento; para luego, en un segundo momento, trazar la genealogía del vínculo contemporáneo entre autocracia, antipolítica y pasadismo) me interesa destacar el excelente trabajo que realiza Khapaeva en rastrear cómo el posmodernismo ha sido intensamente instrumentalizado por el Kremlin, no solo como vehículo para su propaganda basada en la posverdad (desinformación y mayor exposición de la población a distorsiones, contradicciones y confusión permanente), sino en el tránsito de la diada “memoria y democracia” a la diada “memoria y populismo”. El neomedievalismo que la autora analiza con el caso de Rusia describe la versión más descarnada de la crisis que se ha producido en nuestra percepción del tiempo histórico.
Khapaeva explica cómo la cultura memorial que emergió en occidente durante los años 1960 y 1970 tuvo como referente el Holocausto y se enfocaba en el sufrimiento de las víctimas de injusticias históricas y crímenes contra la humanidad. Este modelo de memoria colectiva colocó a las víctimas en el centro de narrativas históricas organizadas alrededor de la compasión y la empatía. La llamada “memoria cosmopolita” fue acogida internacionalmente con la esperanza de que diera lugar a un consenso global en torno a los derechos humanos que sirviera a la vez de modelo para nuevas formas de solidaridades democráticas. En años recientes, sin embargo, hemos sido testigos del declive de este modelo memorial y del resurgimiento de narrativas nacionalistas agresivas. Los populismos de extrema derecha construyen sus narrativas históricas valorando positivamente la memoria de los perpetradores y reclamando el legado de regímenes opresivos. De ahí que sus líderes expresen sin tapujos fantasías de poder y simpatías con figuras históricas despóticas. En el caso ruso, la memoria de los perpetradores toma la forma de una mobmemory: una representación colectiva del pasado enfocada en aspectos criminales y políticamente cuestionables de la historia nacional. Esto ofrece pistas para entender el rol del conspiracionismo en muchos populismos. Según explica Khapaeva, la mobmemory comporta un “conocimiento secreto” que le permite a sus seguidores descubrir las “razones ocultas” detrás de esos casos históricos de violencia colectiva y ponerlos al servicio de sus “comunidades nacionales”.

