Universidad de Puerto Rico en Arecibo
30 de mayo de 2024
Esta breve intervención del heredero de la obra de Jacques Lacan en torno a por qué y cómo se propaga el discurso conspiracionista aporta consideraciones importantes para el análisis del fenómeno contemporáneo de la posverdad. Bajo el eje investigativo “Violencia, lenguaje y tiempo” de este proyecto del Observatorio móvil para el estudio de la violencia, he venido situando el avance de tendencias anti-democráticas, autocráticas y fascistoides en el marco de un debilitamiento de lo simbólico. El síntoma principal de este diagnóstico de época consiste en la inoperancia del lenguaje significante: una profusión de significaciones cuya saturación en el espacio simbólico conlleva a la neutralización de todos los sentidos; o bien, un cortocircuito en los procesos de producción de la significación que hace que ninguna persista lo suficiente en el tiempo para encaminar acciones con propósito o permitir que un proyecto quede mínimamente delineado. En el plano político, los gobiernos tecnocráticos, estilizados al calor del aparente triunfo de la democracia liberal (declarado en 1992 por Francis Fukuyama como “el fin de la historia”), abonaron a una suerte de “abolición del tiempo histórico” al pretender que ya no habría nada nuevo en el horizonte o que solo habría una versión mejorada del presente. El presentismo posmoderno, así como la banalización del nihilismo y el escepticismo, han servido de fertilizantes para la situación contemporánea caracterizada por una crisis de sentido (tanto semántico como direccional), así como una ausencia de futuro. Las autocracias contemporáneas han sabido instrumentalizar esta situación para vaciar de proyecto las alternativas políticas, algo que las convierte en falsas alternativas. Que estas falsas alternativas políticas requieran de hechos alternativos no debería sorprendernos. Aquí es donde ubico la entrada en escena de la modalidad contemporánea del conspiracionismo como elemento ambientador en el paisaje de la posverdad.
Uno de los rasgos del conspiracionismo ambiente que he estado estudiando es su desprecio por la ciencia. No obstante, las observaciones de Jacques-Alain Miller en este vídeo nos recuerdan que el conspiracionismo solo emerge a partir del discurso de la ciencia y que se trata también de una búsqueda de sentido. Sin embargo, no funciona como el cogito cartesiano, sino como un “yo sé” absoluto; un saber que rebasa el supuesto. El conspiracionismo es, nos dice el psicoanalista, un delirio de interpretación. En la búsqueda de sentido, el conspiracionista no cesa de reclamarlo hasta el punto que deviene una verdadera “pandemia semántica”. Al igual que la ciencia, el conspiracionista interpreta y ordena la realidad, pero a diferencia de ella, niega la contingencia. Esta es la razón por la cual su enunciado emblemático es “no es por casualidad que…”. El conspiracionista está convencido de conocer lo que uno ignora. En ese sentido, se trata de una inversión de la cosa en sí kantiana. En Kant, la cosa en sí es ese real al que no podemos acceder mediante el conocimiento. El delirio del conspiracionista consiste entonces en su convicción de conocer lo real y poder desvelar su causa secreta. Negando el azar, el conspiracionista nos revela la necesidad que gobierna secretamente la realidad. De este modo, funciona como una Providencia a la inversa, advierte Miller.
Otra de sus observaciones en el XXI Congreso de la New Lacanian School (titulado “Malestar y angustia en la clínica y en la civilización”) hace referencia a un escrito de Lacan en el que la paranoia se define a partir de la identificación del goce en el lugar del Otro como tal. El otro malvado, el diablo o la causalidad diabólica es un Otro que goza, que es obsceno y feroz como el super-yo. Miller repara que el conspiracionista es ese que no para de señalar la infamia del goce del Otro malvado, de resaltar sus obscenidades, su ferocidad, sus locuras y sus crímenes. Por eso el conspiracionismo siempre culmina con el tema de la pedocriminalidad. En “Kant con Sade”, Lacan sostiene que la cosa en sí (el nombre del goce para Lacan en su “Ética del psicoanálisis”) desciende de su inaccesibilidad en una experiencia como la de Sade. En otras palabras, la cosa en sí deja de ser inaccesible y se encarna en la experiencia sadiana. Lo que recita el discurso conspiracionista es precisamente el gesto del “Ser-Supremo-en-maldad”. Miller concluye que el Otro del conspiracionista es sadiano: es el agente del tormento de toda la humanidad. Estas observaciones se revelarán sin duda pertinentes, tanto para el análisis del trumpismo y su vínculo con el movimiento QAnon, como para entender el rol que cumple el tema del satanismo en la propaganda retroimperialista ruso-putinista.