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Departamento de Sociología y Antropología, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
9 de mayo de 2024
Plantea Yves Michaud en su libro Violencia y política que hay violencia y hay estados de violencia. Por estados de violencia, Michaud remite a estados más o menos constantes en el tiempo, bien sea de penuria económica y/o de sujeciones políticas.
De un lado, y como ha sido planteado por el sociológo José Atiles Osoria, Puerto Rico se caracteriza por la presencia de un Estado de excepción dentro de otro. Estado de excepción inicial por la condición colonial/territorial cuyos efectos en la precarización de las condiciones de vida de las personas han sido, y siguen siendo, avasalladores.
A esa excepcionalidad política inicial, que marca ya una violencia, se le suma una suerte de Estado de excepción interno (Junta de Control Fiscal, órdenes ejecutivas, estados de emergencia) que opera como dispositivo de manejo de la presente situación económica y social.
A su vez, a ese estado de violencia se suman violencias de carácter sistémico como lo son la corrupción generalizada, la violencia producida por el operar del narcotráfico (cuya racional no puede ser comprendida en ausencia de un análisis del sistema capitalista en su conjunto y de la trayectoria del capital financiero global) y la violencia sexual y de género remitida al histórico sistema de dominación masculina.
En ese sentido, Puerto Rico conforma más un estado de violencia que una situación de violencia en la acepción tradicional de la palabra.
Decimos que se trata de problemas sistémicos como una manera de comunicar que los mismos forman parte de la reproducción “normal”/regular de estas sociedades en que vivimos. No constituyen una anomalía.
Hay gente que cuando se caracterizan los problemas como problemas sistémicos tienden a decir “¿Y, qué yo hago con eso? ¿Para qué me sirve saber eso?” Pues bien, yo diría que para mucho, sobre todo porque la forma en que caracterizamos los problemas anticipa las respuestas o soluciones que proponemos a los mismos.
En la reiteración (repetición) de un mismo tipo de operación tenemos un sistema -bien sea el sistema de dominación masculina, el sistema político o el sistema económico, por ejemplo. Cuando decimos que un problema es sistémico, queremos decir que el sistema al cual remite dicho problema (al igual que cualquier otro sistema operativo), reconoce unas prácticas, unos comportamientos, unas comunicaciones, o unos entendidos, como propios del sistema. Por ejemplo, el carácter inherentemente criminógeno del sistema capitalista propicia el que la imbricación de los sectores legales e ilegales del capital sea considerado por este sistema, un asunto cotidiano.
De otro lado, los sistemas tienden a rechazar aquellas comunicaciones que no reconocen como propias. Las propuestas abolicionistas o antipunitivistas, por ejemplo, son sistemáticamente rechazadas por el sistema de justicia criminal vigente, el cual opera desde el castigo.
El efecto de no reconocer la dimensión sistémica de los problemas es que seguimos proponiendo soluciones enteramente acomodables a los sistemas, los cuales las absorben dejando los problemas vivitos y coleando: todo el mundo sabe que la corrupción no se vá a acabar con el procesamiento criminal, todo el mundo sabe que el narcotráfico no se vá a acabar con la persecución y desarticulación de los mas de seiscientos puntos de drogas del país y todo el mundo sabe que la violencia de género no se vá a acabar con mas leyes ni grilletes. La prueba de que todo el mundo lo sabe es la frase recurrente de la gente en la calle, “este problema no lo va a acabar nadie…”
Lo que aporta el caer en cuenta de que se trata de problemas sistémicos es la posibilidad de pensar en soluciones “fuera de la caja”. Esto es, fuera de la lógica de los propios sistemas de dominio.