
Departamento de Sociología y Antropología, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
29 de enero de 2024
Cada vez más los asuntos sociales, económicos y políticos se expresan en el ámbito de lo cultural. Valga por lo que esto nos dice respecto de la proliferación, en el tiempo, de series que trabajan con la problemática del narcotráfico y el consumo de drogas. La notoriedad mediática de la serie titulada Griselda se constituye en un ejemplo, en este caso, de la centralidad de algunas mujeres en el negocio de las drogas. Y es que el análisis de la incursión masiva y progresiva de las mujeres en el mundo social, económico y político tendría que asumirse a todos los niveles, incluso en lo delictivo.
La serie comienza con un planteamiento remitido a la figura del líder del histórico cartel de Medellín, Pablo Escobar que dice: “El único hombre al que haya temido es una mujer llamada Griselda”. El planteamiento es complejo porque, de alguna manera, nos comunica que el género y los imaginarios de lo femenino y lo masculino son como signos susceptibles de ser apropiados y reapropiados por cualquier persona. Digamos que, para Escobar, Griselda era como un hombre, temida como un hombre, era como un hombre en su manera de operar el negocio del narcotráfico.
Entre los años 70 y 80, Griselda lideró un cartel que llegó a enviar 1,500 toneladas de cocaína a Estados Unidos por mes. Esto es importante porque, si bien hay una literatura, todavía relevante, que apunta a que las mujeres predominantemente se vinculan al narcotráfico de manera subordinada respecto del sistema de dominación masculina, bien sea en calidad de cómplices (esposas, madres, hermanas de narcotraficantes) o en las posiciones más bajas de la cadena del negocio, lo cierto es que éstas también han asumiedo y siguen asumiendo posiciones en las esferas más altas o bien como gatilleras o dueñas de puntos. Esto es válido tanto internacionalmente como en el ámbito local: Griselda Blanco, Colombia y Miami; Sandra Avila Beltran, la reina del Pacífico; Enedina Arellado Félix, México; Marllori Chacon Rosell, la Reina del Sur; Herlina Bobadilla, Honduras. Y, sin embargo, como es trabajado en la serie Griselda, su posición de dominio en el negocio no canceló los enfrentamientos, dinámicas de subordinación y violencia de que fue objeto por parte de un liderato eminentemente machista.
Griselda, apodada madrina de la cocaína, viuda negra (se dice que mató a varios de sus esposos)aparece como una mujer legendaria. Lo legendario tiene que ver con la suma de lo que se dice sobre una persona. Las series televisivas entretejen incidentes históricos con elementos ficcionales de tal forma que el producto cultural termina siendo una suerte de condensación de asuntos que hablan más del estado de subjetivación de una época que de la persona en sí. Por ejemplo, la serie recrea un imaginario (prevalente todavía pero cambiante) en el que las propias agencias antidrogas no pensaban que el negocio del narcotráfico en Miami pudiese estar dirigido por una mujer.
Con toda probabilidad y en nuestro contexto, la incursión de mujeres en posiciones de liderato en el mundo de narcotráfico pudiese ser mayor de lo que anticipamos y esto porque, en la medida en que el narcotráfico emula cada vez más el comportamiento de las grandes corporaciones legales, los que están al frente del negocio manejan un perfil muy distinto de la imagen estereotipada del narcotraficante “tradicional-hombre” y el recurso de la violencia abierta va pasando a un nivel secundario. Como es planteado en la ya vieja serie Narcos, había que reducir la violencia porque “la violencia es mala para los negocios…” La opacidad creciente del narcotráfico al igual que la de las corporaciones va volviendo indistinguible tanto su operar como la composición de sus redes humanas.

