
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
21 de octubre de 2023
El artículo del pianista de origen judío, Daniel Barenboim, publicado el 14 de octubre en el periódico El País cuyo título es “Si negamos la humanidad de los demás estaremos perdidos” me motiva a plantear aquí que, en el conflicto Israel-Hamas/Hamas-Israel, la guerra no puede ser la salida. Somos muchos los que nos hemos colocado en calidad de observadores mediáticos ante la violencia genocida y las mortíferas amenazas que se viven en esa parte del planeta, en aras de intentar producir algún sentido ante este sinsentido.
Como estudiosa del psiquismo, seguidora de lo que Hannah Arendt nombra como la banalidad del mal en todos, reconozco la capacidad de crueldad particular y colectiva en todos y la necesidad de contribuir a una lectura más humana de este conflicto. Una lectura más vinculada al reconocimiento que hace Barenboim en torno a que “el conflicto palestino-israelí no es un conflicto político entre dos Estados por las fronteras, el agua, el petróleo u otros recursos. Es un conflicto profundamente humano entre dos pueblos que han conocido el sufrimiento y la persecución”.
Barenboim nos recuerda que la persecución del pueblo judío ha durado 20 siglos y halla su punto más álgido con el nazismo. Sostiene que a partir de la Segunda Guerra Mundial el pueblo judío acarició un sueño, para él profundamente problemático y de suposición falsa: hacerse de “una patria para todos los judíos en lo que hoy es Palestina”. Un sueño profundamente problemático en tanto conllevó el no reconocimiento de que esa tierra ya estaba habitada. La población judía de Palestina durante la Primera Guerra Mundial era solo del 9% mientras el 91% de la población era palestina. Calificar esa tierra como una “de nadie” lastimó a la población que la habitaba. Una que no veía razón alguna para renunciar a su propia tierra. Asistimos entonces a un conflicto muy intrincado y complejo, en el que no se debe perder de perspectiva que ese “sueño” de los judíos se encuentra alimentado por una creencia religiosa, de que le alberga el derecho a la tierra prometida.
La extensión a escala planetaria de este conflicto requiere que nos alcemos en un reclamo absoluto de paz desde el reconocimiento de que la mayor parte de los que sufren esta guerra no son representados por ninguno de los dos gobiernos, afirma Amaryllis Muñoz Colón. (AP Foto/Francisco Seco) (Francisco Seco) Asumir una posición maniquea frente a este conflicto nos aparta de poder producir lo que para Barenboim podría ser una complicidad global, un reclamo contundente para exigir una salida humana y no violenta a este conflicto. Barenboim utiliza su trayectoria como músico de la paz para lanzar esta súplica mundial. Tendríamos que cuidarnos de no contribuir a las múltiples réplicas mundiales que se están suscitando de este conflicto. La extensión a escala planetaria de este conflicto requiere que nos alcemos en un reclamo absoluto de paz desde el reconocimiento de que la mayor parte de los que sufren esta guerra no son representados por ninguno de los dos gobiernos. Somos más los que no queremos la guerra, más para los que el sufrimiento de personas inocentes en ambos bandos es absolutamente insoportable.
La amistad de Daniel Barenboim con el intelectual ensayista palestino, Edwar W. Said, en el contexto de su proyecto musical West Eastern Diván Orchestra (proyecto musical que ha reunido a jóvenes músicos de distintas creencias y países incluyendo tanto árabes como judíos) le ha permitido abrir los ojos a la urgencia de salir del peligro del victimismo, del resentimiento y de la conversión de víctimas en victimarios.
Coincido con Barenboim sobre los peligros de perdernos ante imágenes que nos rompen el corazón(familias sufriendo en ambos lados, hospitales llenos de heridos, desaparecidos, muertes, poblaciones desposeídas de los elementos esenciales de la vida) y nos pueden alentar a continuar la venganza interminable. Su llamado a abordar esta crisis Gaza-Israel/Israel-Gaza sobre la base del “humanismo, la justicia, la igualdad, sin fuerza armada ni ocupación” es una manera de comunicar que la guerra no puede ser la única salida.

