
Departamento de Sociología y Antropología, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
20 de septiembre de 2023
En esta polémica columna de Loola Pérez, tildada por algunos como “la feminista antifeminista”, ésta reflexiona sobre un incidente acaecido en la Universidad de la Rioja en el que un grupo de hombres, estudiantes universitarios, son intervenidos e investigados (se les abre un “expediente informativo”) por hacer uso de un chat privado en el que comparten una serie de comentarios machistas, con la intención de ponderar si se había cometido un delito.
Este caso sirve de pretexto a la autora para discutir los excesos moralistas del feminismo y sus efectos en contextos institucionales y societales amplios. De un lado, para Pérez, habría que preguntarse hasta qué punto, la Universidad responde con un sentido de indignación y rechazo a estos actos desde consideraciones feministas o de género o se pronuncia por miedo a perder financiación de ciertas entidades y legitimidad institucional.
A su vez, hay un cuestionamiento en torno a la activación (tipo resorte mecánico) de la criminalización frente a expresiones que formalmente estarían protegidos por el derecho a la privacidad y a la liberttad de expresión. Es decir, un comentario en un chat puede parecernos machista, ofensivo, incómodo, indecoroso, grosero, pero esto no supone que se debe constituir en delito o en objeto de intervención estatal vía el aparato de justicia criminal.
A mi modo de ver, el planteamiento mas provocador de la joven autora está vinculado al debate en torno al consentimiento:
“Anteriormente se defendía que los varones debían parar ante el no de las mujeres y ahora la sociedad, preocupada por la violencia sexual y la importancia del consentimiento, les marca otro camino: deben asegurarse del sí de su pareja sexual y, además, de forma clara e inequívoca.”
Es decir, el feminismo participa de una lectura de lo humano que parte de la premisa de que el sujeto conforma una subjetividad soberana (una mismidad) y que la conciencia está al centro de la subjetividad. Por oposición a esto, y al decir de Gianni Vatimmo, el sujeto es oscilación, movimiento de develación/ ocultamiento. Hay, a su vez, una ambiguedad constitutiva del sexo que fuerza a reconocer que un sí no siempre quiere decir que sí y un no, no siempre quiere decir que no. Asumir lo contrario es propiciar una cuadriculación de la vida sexual y social de la gente. Es decir, un otro regimen de verdad.
Muy profundamente, entiendo que, al interior de algunos sectores del feminismo, se tramita una lectura de la sexualidad de los hombres, a lo Catherine Mckinnon, en el que ésta se entiende como ontológicamente nociva y opresiva para con las mujeres. Es decir, como instrumento invariable de dominación. Por oposición a esta lectura, Pérez reclama que este imaginario no solo afecta los hombres sino que, a manera de un boomerang, supone también la cuadriculación del deseo de las mujeres:
“Prefiero la atención no deseada, que a menudo puede molestarme e irritarme, a la censura y criminalización del deseo, el cual también a mí, como mujer, me pertenece.”
Es desde este reconocimiento que Pérez insta a que reordenemos el interés que prestamos a ciertos eventos, sobretodo (añado) en aras de controlar lo que Niklas Luhmann ha nombrado como el parásito de la moral, la forma en que la moral se infiltra y pretende controlar todos los sistemas sociales, los sistemas psíquicos, la vida cultural y aquello susceptible o no de ser intervenido por el aparato estatal.

