
17 de octubre de 2025
“Pensar históricamente el presente significa hablar de Palestina”. “Libertad, justicia e igualdad, se transforman en fetiches históricos vacíos”. “Es una derrota del lenguaje en un Occidente sin futuro”.
Enzo Traverso .
“Todo el discurso de la izquierda, el de la democracia y los derechos se acabó. El tiempo ahora es el del genocidio y el de la crueldad. Por lo que el único lenguaje posible es el de la desesperación”.
Franco Berardi
En la última reunión del Instituto Violencia y Complejidad hice una breve reflexión de mi impotencia para pensar después de Gaza. Me parecía que los referentes que habían orientado el pensamiento crítico aparecían agotados. Mis palabras fueron seguidas por la petición de la querida compañera Marlene Duprey de que las pusiera por escrito en la sección “Al vuelo” del Observatorio movil. De manera que este texto responde a esa demanda .
Hasta hace muy poco me creía aun capaz de seguir con cierto ánimo, destapando los mecanismos siniestros que desplegaba el capital en esta fase neoliberal, financiera y digital — la de mayor concentración de la propiedad jamás vista. Pero en noviembre de 2024 llegó la foto de familia: un puñado de multibillonarios, los más ricos del mundo, acompañaban a Donald Trump, en su toma de posesión como presidente de EE.UU. en Washington. En esa imagen se mostró, sin pudor ni subterfugios, quiénes son los propietarios y verdaderos amos. Mientras la gran mayoría de la población, que veía estas imágenes, no pueden siquiera garantizar su sobrevivencia por la pobreza y precariedad extendida. Es cierto, hablo desde un escenario catastrófico y que estaba acostumbrada con dolor, a manejar en mis análisis sobre la crisis del capitalismo y la deuda en Puerto Rico.
He transitado durante años entre la crítica de la economía política y sus derivaciones en el marxismo de la autonomía obrera italiana o el de la escuela de la regulación francesa. También incorporando los aciertos de la teoría crítica, entendiendo su valor en un contexto histórico en el que aún tenían sentido: el fordismo, el modo de vida americano, el antagonismo entre capitalismo y socialismo, la hegemonía de la industria cultural. En ese escenario, la teoría crítica cumplía una función clara: desenmascarar las ilusiones de la democracia liberal, del progreso técnico, de la neutralidad científica. Lo que la teoría crítica buscaba mostrar —la instrumentalización de la razón, la complicidad de la ciencia con la dominación, la cultura de masas como integración— ya no necesita ser desenmascarado. Está a la vista. La irracionalidad de la razón se ha hecho explícita en la indiferencia frente al genocidio, en la complicidad abierta entre Estados Unidos e Israel, en la sumisión de la ciencia al complejo militar-industrial, en la normalización global de las guerras y la deuda. Ahora además, con el genocidio, el exterminio racial y colonial como práctica perfectamente difundida y aceptada
También entender como esa racionalidad se extendió durante 500 años de la modernidad /colonialidad articulando los diferentes modos de acumulación global del capital.
Hoy, sin embargo, nos encontramos en otro tiempo histórico. La caída de la Unión Soviética trajo como consecuencia la victoria del capital financiero, del poder transnacional y monopólico, que se despliega de manera global. Lo que domina son los conglomerados tecnológicos, el control de las conductas, la feudalización contemporánea de la subjetividad, la subordinación de naciones enteras a dinámicas de vasallaje financiero y militar. Ya no hay una democracia liberal que sirva siquiera de fachada o que se pueda defender frente a lo que se ha identificado como regímenes autocráticos sin caer en serias contradicciones.
Hoy democracia es una palabra vacía. Sobre todo cuando las que han servido de modelo ideal después de la Segunda Guerra mundial, como lo es el caso de USA con su exitosa combinación de libertad, garantía de derechos civiles, y el modo de vida americano. EE.UU se convirtió en el poder hegemónico mundial. Su modelo de capitalismo neoliberal financiero vino acompañado por los dos pilares que caracterizaran la última década del siglo XX y lo que va del XXI : la deuda y la guerra. En otras palabras, precariedad, pobreza, enfermedad y muerte. Verdadero fantasma de saqueo, expropiación y violencia del capital que ha recorrido y recorre el mundo sin nada que pudiera parar su máquina de destrucción de la vida toda y sus condiciones para vivir aquí en la tierra.
Si la crítica ya no tiene que revelar lo oculto, porque nada está oculto, ¿qué significado puede tener el pensamiento crítico con el que nos habíamos comprometido a lo largo de una trayectoria intelectual y de vida? ¿Para qué serviría el pensamiento crítico en un presente donde la violencia, la muerte y la indiferencia frente a prácticas de la más extrema crueldad se exhiben en pantalla por 24 horas los siete días a la semana? El lenguaje deja de tener sentido, si los conceptos y las palabras cambian de manera tan radical. Eso significa que nuestro lenguaje y nuestras referencias ideológicas pero también teóricas, al menos las que destacan en la izquierda como lo son la justicia y la igualdad se vacían de significado. Se pierde también tanto el vínculo histórico con las revoluciones y las utopias que en el pasado representaron la acción política transformadora y que aún con las derrotas seguían siendo referentes de emancipación.
Lo que estoy planteando es cuestionar el lugar y la función del pensamiento crítico en un momento histórico en el que la violencia, el despojo y la catástrofe no se ocultan, sino que se muestran a plena luz. El gesto crítico, tradicionalmente orientado a desenmascarar lo que se oculta, se enfrenta a una paradoja: ¿cómo pensar críticamente una época que exhibe sus horrores sin pudor y que naturaliza la indiferencia ante la muerte y la devastación?
Desde finales del 2023, algo cambió. Se trataba de ver a toda hora las imágenes ampliadas y repetidas de la masacre y destrucción que realiza Israel sobre el territorio y la población palestina en Gaza. El choque fue brutal. No podía mirarlas y por momentos aguantaba la respiración . Con lo que eso quiere decir para la muerte. No lo toleraba.
Me negué a escribir y hablar de lo que había sido mi tema de mayor atención, reflexión e investigación: el insoportable malestar que el capital neoliberal y el pago de la deuda causaba en Puerto Rico. Una compilación, de mis escritos de la última década, para ser editados en un libro quedaba apartada. Se quedaba corto, incapaz de dar cuenta del infierno que imponen una superminoria de llamados humanos sobre los vivos de este mundo.
Decía que el choque fue brutal, el horror golpeaba en la cabeza con solo una frase: no existe la humanidad! y me preguntaba ¿ qué significa esa palabra después de ver esto? . Después intentaba volver a mis tareas y ahí fue donde descrubrí con claridad que algo había cambiado. Sabía de los múltiples genocidios en la historia, aún en este mismo momento Sudán, el Congo, Ruanda y por supuesto siempre Haiti, siguen siendo escenarios de terror sin parecer importarle a nadie. ¿Qué cambiaba? Ver en vivo y en directo el genocidio ejecutado por Israel con la mayor disciplina y eficacia tecnológica auspiciado por los poderes históricos imperiales del planeta.
El agotamiento del pensamiento crítico puede condensarse en dos imágenes: la violencia exhibida y la asfixia. Ya no se trata de descubrir lo que se ocultaba tras discursos de progreso o racionalidad. La violencia está a la vista de todos: guerras transmitidas en directo, genocidios legitimados por los Estados más poderosos, migraciones forzadas reducidas a cifras y pantallas, poblaciones enteras descartadas como si fueran desechos. El horror no se oculta: se muestra, y en esa exhibición se normaliza. Achille Mbembe ha nombrado esta condición como una asfixia: una época en la que no se puede respirar. No solo en sentido ecológico, donde la degradación del planeta nos deja sin aire, sino también en sentido social y político, donde poblaciones enteras son sometidas a una presión constante que impide la vida digna. La frase ‘I can’t breathe’ de George Floyd se convierte así en una clave de lectura: el grito individual que condensa una experiencia colectiva de opresión y de muerte administrada.
Gaza a diferencia de los campos de concentración nazis no es secreto. El que lo veamos en pantalla a toda hora hace la diferencia porque desdibuja lo que es ficción o realidad. Distinción o ambiguedad, que ha ocupado muchas páginas de reflexión, en las últimas décadas pero que ahora muestra sus efectos más trágicos y demoledores. Con esa confusión desaparece el otro y su cuerpo. El cuerpo del otro es ficcional, incluso para los que vemos como explotan en tiempo real en la pantalla. Esta no deja de ser el medio para la película y si es de horror mejor, tiene el éxito del espectáculo garantizado. Crueldad, fiereza. brutalismo sobre la vida ahora hecha cenizas. Allí en Gaza, la especulación inmobiliaria financiera, sobre el espanto de cientos de miles de cadáveres, está a la espera de terminar el trabajo de limpieza y exterminio . La máquina de guerra del capital y el supremacismo colonialista tiene el diseño del “resort” ya confeccionado.
Falta por saber si podremos inventar el lenguaje de la desesperación antes de que la respiración se detenga por la asfixia.
Referencias:
Traverso, Enzo, (2024), Gaza ante la historia, trad.Valentina Olalla, España, Akal. Ver también entrevista en Memento con D.Sztulwark y D. Tognetti. https://youtu.be/HZIMIXHeKO?
Berardi, Franco (2025) Pensar después de Gaza, Buenos Aires, Tinta y Limón. Ver también entrevista Gelatina con Matías Colombatti, https://yout.be/bFN-AVeHKSw?
Mbembe, Achille,(2020) “In conversation with Paul Gilroy”. https://www.ucl.ac.uk/racism-racialisation/transcript-conversation-achille-mbembe (10/15/2025)

