
Profesora jubilada, UPR, Río Piedras
Facultad de Estudios Generales
Departamento de Ciencias Sociales
19 de abril de 2025
En la serie de Netflix, Adolescence, la psicóloga que atiende el caso de Jamie, un joven de 13 años acusado de asesinar a una compañera de escuela, intenta producir una narrativa objetiva del carácter del adolescente. Le preocupa su encasillamiento en una patología como ya ocurre en los medios ávidos de morbo. Katie, la víctima, es el trasfondo; Jamie la figura central, el victimario. La serie reitera el dilema que enfrenta la psicóloga, desde los interrogatorios de los detectives, las conversaciones con los maestros y la dinámica familiar. La fragilidad de Jamie ante las fuerzas del Estado que irrumpen en la casa familiar con armas largas contrasta con la furia de sus agresiones a compañeros del centro donde lo internan, su actitud evasiva durante el interrogatorio en comisaría en compañía de su padre choca con su agudeza y perspicacia en la sesión con la psicóloga, la violencia con la que asesta múltiples puñaladas sobre el cuerpo de Katie desconcierta a quienes destacan su sensibilidad artística. En una de las escenas más reveladoras, somos testigos de un intercambio perturbador: el joven agitado por las preguntas de la psicóloga se levanta, tira la silla, se acerca amenazante y le pregunta que siente, siendo ella una mujer de su edad, tener miedo de un adolescente como él. La cámara capta un leve temblor en el rostro de la psicóloga.
La serie muestra otras situaciones preocupantes, por ejemplo, un maestro deja solo a sus alumnos por un periodo de tiempo prolongado, una consejera no puede retener a una amiga de Katie involucrada en una pelea, varios maestros manejan el caos en los pasillos con gritos y amenazas. Esas turbulencias no se resuelven en la trama y dan cuenta de un cortocircuito generacional: ni los padres, ni los detectives ni los maestros pueden mediar en o explicar lo que ocurre. Muy pronto descubrimos que el acoso es común entre los adolescentes, que las fotos de cuerpos desnudos circulan libremente y son populares las plataformas de Internet que celebran una virilidad agresiva. La mayoría conoce a influencers del temperamento de Andrew Tate, acusado de violación y tráfico de mujeres, y la mansphere– machosfera—que banaliza la violencia contra las mujeres y disemina la idea de hombres víctimas.
Jamie sufre acoso en las redes sociales, se siente aislado y no pertenece a ningún grupo. A pesar de confiar en el amor y protección del padre, intuye la desilusión en su mirada esquiva. Al mismo tiempo, el padre sospecha que no posee la capacidad para lidiar con un hijo que lo supera en inteligencia. En esa fisura se instala una visión de la masculinidad que se forma al calor de los contenidos misóginos que circulan en la Internet. Por ejemplo, Jamie repite una de las creencias más comunes en la mansphere a saber, que solo el 20% de los hombres serán elegidos por las mujeres, el 80% restante será rechazado en el sexo. Cuando la imagen de Katie con sus senos expuestos circula entre sus compañeros, Jamie hace un comentario. Entonces Katie coloca la palabra INCEL en su página de Instagram, siglas que identifican a una comunidad de hombres que no encuentran pareja sexual y culpan a las mujeres de su situación– célibes involuntarios. No sabemos si Katie observa alguna conducta en Jamie que motiva su rechazo. Tampoco podemos descartar que Jamie sufra las consecuencias de esa etiqueta, pero su reacción desborda cualquier expectativa de retribución: se hace de un cuchillo que le presta un amigo y asesina a Katie. No se trata pues, de un enfrentamiento accidental con un desenlace inesperado.
La trama en cuatro episodios pone al descubierto la virulencia contra el otro que magnifica la Internet y las plataformas digitales. La comunicación digital individualiza, intensifica el eco del yo y propicia la descarga emocional inmediata. Es probable que Jamie no posea los filtros que le hubiesen permitido discernir los mensajes e imágenes que circulan en las redes sociales. No obstante, en todo momento afirma que no ha hecho nada malo, que no es culpable. La serie capta en el personaje principal el problema de un narcisismo que contrarresta la posibilidad de la empatía. Trágicamente, Jamie no solo extingue una vida, también implica a toda su familia, a un padre que sufre sin comprender que pudo hacer para que esto no ocurriera.
De Katie conocemos muy poco, una imagen fugaz en una grabación, fragmentos de su vida en el relato de Jamie, como si el silencio fuese su destino. Su incorporeidad evoca el efecto descorporizante de la digitalización, el debilitamiento de un saber corporizado y de una memoria comunitaria que mediaría para contener la violencia. El improvisado altar confeccionado con fotos, objetos y flores en el lugar del asesinato no sustituye el duelo que una comunidad se impone a sí misma ante la experiencia de la pérdida. El coraje tan necesario para el sostén de la vida y la de nuestros semejantes se hace brutal cuando se banaliza la violencia.

