
Profesora jubilada, UPR, Río Piedras
Facultad de Estudios Generales
Departamento de Ciencias Sociales
19 de marzo de 2025
Never again means attending to the smaller aggressions that imply the greater ones to come. Timothy Snyder
Algunos meses antes de las elecciones en Puerto Rico y Estados Unidos, el debate en torno a las personas transgénero permeó las conversaciones en redes y campañas políticas. Al igual que los libros, las vacunas, la teoría crítica racial y otras preocupaciones consideradas woke, la experiencia transgénero se convirtió en objeto de las guerras de la cultura. Inicialmente me extrañó la controversia de cara a otros problemas como la crisis económica, las guerras, la incapacidad de los políticos locales, entre otros. Aunque la inflación y el costo de los huevos finalmente inclinó la balanza hacia Trump, la crítica a los pronombres, la preocupación por el uso de hormonas en niños y las cirugías de afirmación de género, soslayó una realidad: solo el 1% de la población se identifica como transgénero. Pero quizá ese no sea un argumento a favor de las personas transgénero, su condición minoritaria los hace objeto de vituperación y podría explicar su centralidad en la estrategia republicana. Por ejemplo, uno de los anuncios más vistos de la campaña de Donald Trump giró en torno a esa controversia: Harris is for they/them. Trump is for you. ¿Qué sujeto mayoritario se invoca con esta afirmación? ¿Debo concluir que elles son irrelevantes, ajenos a la comunidad política?
La orden ejecutiva que Trump firmó el día de su inauguración reconociendo solamente dos sexos biológicos, hombre y mujer, y su efecto en otros ámbitos como la prohibición de personas no binarias y trans en el ejército y los deportes, el envio de mujeres trans a cárceles de hombres, la imposibilidad de elegir en el pasaporte X u otro encasillado que no sea el sexo al nacer, conforman el libreto de políticos que también legislan para eliminar derechos a las mujereres, como el aborto, deportar inmigrantes y excluir a las minorías de la administración de gobierno. Peor aún, actuar desbordando los límites de la legalidad. Por ejemplo, uno de los primeros decretos de Vladimir Putin a su regreso al poder en Rusia en el año 2013 fue penalizar lo que consideró propaganda gay en las escuelas elementales. El resultado fue la eliminación de libros, la creación de un nuevo currículo y la amenaza de cárcel a quienes desafiaran la prohibición de la “ideología de género”. Así mismo, su gobierno convirtió en ilegales las uniones del mismo sexo y atribuyó a la homosexualidad y el feminismo la merma en nacimientos y la crisis demográfica.
En Florida la orden ejecutiva del gobernador Ron De Santis contra lo que catalogó wokismo en las escuelas—STOPWOKE—prohibió la mención de la homosexualidad en los salones de clase, el estudio de género en los niveles elementales y en el nivel intermedio y superior cualquier material que aludiera a la sexualidad. La educación de género propiciaba la homosexualidad y era una tapadera para pedófilos. A pesar de que ciertos aspectos de la ley fueron declarados inconstitucionales por un juez, el saldo fue la eliminación de libros “inapropiados” y la reedición de otros para diluir las luchas históricas de los negros contra la segregación y por sus derechos civiles.
De manera muy parecida, Jair Bolsonaro en Brasil, descartó la educación de género porque orientaba y precipitaba un desarrollo contrario a la identidad biológica de sexo, y más recientemente, Javier Milei en Argentina cercenó con su motosierra legislaciones e instituciones vinculadas a la protección de las mujeres y sectores vulnerables de la población. En Europa, Víctor Orbán, presidente de Hungría, acaba de celebrar la aprobación de una reforma constitucional que prohíbe la marcha de Orgullo LGTBI dejando claro que la base de la familia es el matrimonio y la relación padre-hijo, situando al hombre por delante de la mujer.
La fijación con el género y el sexo está motivada por una turbia aspiración: eliminar las salvaguardas legales que fueron producto de luchas sociales con el fin de socavar la democracia y limitar la capacidad de los ciudadanos para resistir una agenda autoritaria. Un gobierno que expulsa a un grupo de su comunidad política continuará haciéndolo con quienes se no se ajusten a la normativa, a los nuevos decretos o no cumplan con el mito de un origen e identidad única. Es lo que ocurre en Estados Unidos y Puerto Rico con la deportación de personas con visas vigentes y otras sin papeles que indistintamente son catalogadas como criminales y enemigos de la nación, y con la prohibición de ejercer como soldado si te identificas trans porque es una “condición” que conflige con la expectativa de un estilo de vida honorable, verdadero y disciplinado. En el caso de las deportaciones e internamiento de venezolanos en las cárceles de Bukele en El Salvador, un juez ordenó su paralización porque no se cumplió con el debido proceso de ley ni se justifica la aplicación de la Ley de Enemigos Extranjeros. El gobierno de Trump ignoró los requerimientos del juez desatando lo que muchos consideran una crisis constitucional.
La expresión de Trump “speech is back” que repite en sus apariciones públicas, no es una bienvenida a la pluralidad de opiniones ni representa un avance contra la censura, aunque figuras importantes de los medios como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk así lo piensen. Más bien Trump convierte en virtud el insulto y la humillación a los que disienten—nada más ver el trato al presidente Zelensky de Ucrania en Casa Blanca– y degrada el debate político a la recriminación y la exigencia de retribución como ocurrió en su mensaje dirigido al Departamento de Justicia. La censura ha mudado de piel y objetivo, ahora tiene garras. No es lo mismo la cancelación de una persona porque ha transgredido la corrección política, que una cancelación liderada por el gobierno de Donald Trump, sin el freno del Congreso y con la colaboración del Departamento de Justicia. La intimidación y persecución que desatan las órdenes anti-democráticas y de dudosa legalidad, socavan los principios mismos de la libertad de expresión. La misoginia exhibida por donantes MAGA como Dana White, el apoyo de Donald Trump Jr. a los acusados de violaciones de mujeres y tráfico sexual– Andrew Tate y su hermano– el desmantelamiento de instituciones de investigación científica, ambientales, de salud y seguridad, la suspensión de las subvenciones económicas a las universidades que no acojan medidas disciplinarias y criterios de admisión establecidos por la administración de Trump hace patente el peligro que se cierne sobre todos.
Para mayor agravio, en Europa ganan terreno partidos de extrema derecha que acogen la xenofobia, el antisemitismo y la misoginia en sus propuestas de gobierno. Un fenómeno que atrae a seguidores de la manosfera—manosphere–plataforma que banaliza la violencia contra las mujeres, atribuye al feminismo todos sus problemas y celebra una masculinidad fuerte y agresiva. Se establece un vínculo entre los que frecuentan esa plataforma, la derecha conservadora en Europa y la comunidad alt-right en Estados Unidos, esta última apoya a Trump.
La frase speech is back celebra el fin de la censura que se atribuyó a lo “woke”, pero la afirmación está muy lejos de la realidad. La libertad es una relación social, exige un marco común de cultura democrática e instituciones que la protejan. Lo mismo ocurre con la libertad de expresión, ésta se pervierte cuando se impone un criterio individual a todos los demás. Trump ha elegido el criterio de la retribución y el animus de su gestión de gobierno amenaza la cultura, la democracia y nuestros derechos. Hannah Arendt advirtió que solo una comunidad política puede garantizar “el derecho a tener derechos”. Cuando un grupo es expulsado de esa comunidad, todos perdemos nuestras libertades. A cielo descubierto y sin techo, los sigue cobijando el derecho a su humanidad.

