
23 de enero de 2024
A lo largo de las últimas décadas el narcotráfico a nivel global ha llamado la atención de los medios de comunicación y del mundo académico-investigativo por sus violencias. Esta cotidianidad ha representado retos sobre gobernanza y en algunas latitudes de nuestro mapa ha erosionado el aspecto de la democracia y la noción de los derechos civiles y humanos.
En Puerto Rico, como en gran parte del mundo occidental, es común ver noticias vinculadas al narcotráfico. Las mismas, en muchas ocasiones vienen acompañadas a noticias que nos recuerdan la crisis fiscal y las diversas contracciones económicas que nos ha tocado vivir en este siglo. Recientemente, la Policía de Puerto Rico (NPPR) repasaba con los medios los más recientes arrestos bajo la campaña “100×35″. Igualmente, El Nuevo Día reseñó la historia de las “Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cantera”, una organización delictiva muy violenta que centraba sus actividades en los vecindarios más desaventajados del capitalino sector de Santurce y sus vínculos con industrias culturales legitimadas por el sistema social, cultural y jurídico.
En nuestro presente, el narcotráfico ha representado un conflicto muy peculiar. El trasiego de sustancias controladas ha sido una inyección monetaria sustancial en espacios que el Estado y la economía legal no llegan. Esta economía clandestina ha penetrado el quehacer cultural y social. El consumo de narconovelas y varios géneros musicales son algunos síntomas de esa permeación de una economía informal al mainstream. De hecho, el artículo publicado en este medio menciona un ejemplo de este último caso.
En los últimos años se han sumado otras perspectivas para comprender analizar la coyuntura del narcotráfico como un actor de nuestras cotidianidades. Personas como la filósofa Sayak Valencia y el crítico cultural Mark Fischer plantean que las subjetividades y deseos del mundo occidental y presente están atadas a los preceptos del mercado sustentado por una libre competencia y donde el mismo mercado es capaz de distribuir los recursos. Esto se puede entender desde la premisa de que vivimos en un “realismo capitalista” del cual no existe un “afuera” y la ciudadanía se legitima por medio del consumo.
Partiendo de la premisa de que nuestras formas de socialización son en función al capitalismo, han surgido distintas maneras de comprender este fenómeno. Una de las categorías que han surgido para entender el
contexto de grupos como las FARC es el de “narcoemprendimiento”. Aunque algunas personas cuestionan este término por alimentar estereotipos que promueven el racismo en lugares como los Estados Unidos, el término “narcoemprendimiento” nos puede ayudar a entender las dimensiones del narcotráfico como una empresa con un sistema operacional similar al de cualquier compañía cobijada en el marco legal.
Hay un punto de coincidencia que señala que el narcotráfico es una actividad económica global, como cualquier operación de una cadena comercial, pero con la peculiaridad de ser ilícita y de no tener una rendición de cuentas al Estado o cualquier gobierno. Fernando Escalante resalta que cuando usamos la palabra “cartel” para hacer referencia a las organizaciones dedicadas al narcotráfico, se hace desde la lógica y la racionalidad de este evento criminal como una actividad o convenio de carácter empresarial donde se busca determinar la distribución, venta y precio de un producto, pero de manera implícita. El narcotráfico como actividad económica, que algunas personas consideran rentable, se da en un marco donde las actividades legales no logran satisfacer las necesidades y deseos de un sector de personas desposeídas.
Existen muchos retos para las personas que desean explorar y dar síntoma sobre el narcotráfico. Al ser una actividad clandestina, los registros para entenderlas recaen en artefactos culturales, los reportes de prensa y las narrativas judiciales. Dentro de esas vías, lo que podemos observar es que el narcotráfico es un ejemplo de cómo operara una industria con una ética o una moral “alterna” y sin una ordenación.

